El instituto de las Hermanas Marcelinas fue fundado en Vimercate en 1838 por el beato Luis Biraghi, hombre de vasta cultura y profunda piedad, profesor y director espiritual en el Seminario Mayor de Milán, doctor por la Ambrosiana. Eso conjuga con el interés de formar a la mujer con una cultura adecuada y con conocimientos teológicos, a fin de que pudiese asumir la defensa de la fe en la sociedad de la época, culta y activa, pero turbada por peligrosas nuevas ideologías. El Instituto toma el nombre de santa Marcelina -educadora de los santos hermanos Sátiro y Ambrosio-, que por la claridad y novedad de los métodos, y la firmeza en la virtud de las primeras hermanas que lo integraron, tuvo frutos excepcionales.
Y a este instituto ingresó María Ana Sala, la cual, nacida en Brivio (Lecco) el 21 de abril de 1829, fue enviada, desde los once años, a estudiar en el colegio de Vimercate, junto al naciente Instituto de las Marcelinas, y adjunta para su formación cultural y espiritual a la Madre Videmari, fiel colaboradora del fundador. En 1946, conseguido el primer título de grado, volvió con su familia, donde prodigó toda su consoladora bondad, especialmente en relación a las enfermedades de la madre y la ruina económica del padre, y al mismo tiempo colaborando en el apostolado entre los niños sufrientes y necesitados de la parroquia.
Así que cuando sintió la llamada de Dios a una vida de mayor consagración y dedicada a la escuela, eligió las Marcelinas, presentándose para ser admitida en 1848 por el propio fundador. Su carácter se adaptó perfectamente a la regla del Instituto, que requería una intensa vida mixta, de intensa interioridad y una fuerte acción apostólica y educativa entre las alumnas; en 1852 pronunció los votos perpetuos, en lo que fueron la primera profesión pública de las Marcelinas. Desempeñó su actividad como maestra de escuela elemental y de música en el colegio de Cernuso sul Naviglio y luego en las casas de Milán y Génova. Tuvo el mérito de ser llamada «Regla viviente» del Instituto y «Madre de las almas» por las alumnas.
Otra etapa de su luminosa vida fue la asistencia, en 1859, a los heridos de la Guerra de la Independencia, en el Hospital Militar de San Lucas; después de nueve años de enseñanza en Génova fue transferida a Milán como maestra de cursos superiores y asistente de la Madre Videmari. Fue físicamente atormentada por un doloroso carcinoma en el cuello que, aunque no pudo hacerle disminuir su intensa actividad, la llevó a la muerte el 24 de noviembre de 1891, entre el llanto de cuantos la rodeaban y la fama de santidad. Fue beatificada por SS. Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980.
Traducido para ETF de un artículo de Antonio Borrelli.