Juana era una campesina de la Carnaiola. En Orvieto se la llama todavía Vanna, como lo hacían sus familiares. Como quedase huérfana a los cinco años, sus compañeras de juego trataron de asustarla diciéndole que no tenía a nadie que mirase por ella y que moriría de hambre. Pero la niña respondió sin intimidarse: «Yo tengo un padre mejor que el vuestro». Sus compañeras le preguntaron qué significaba eso y Juana las condujó a la iglesia y les mostró una imagen del ángel de la guarda: «Él velará por mí». Su confianza no se vio frustrada, ya que fue adoptada por una familia de Orvieto, la cual se encargó de educarla y de arreglarle un matrimonio. Pero Juana tenía proyectos diferentes. Así, pues, se refugió en casa de una amiga e ingresó en la tercera orden de Santo Domingo.
A partir de ese momento, se consagró enteramente al servicio de Dios y de los pobres. Según cuenta la tradición, Juana se mostraba particularmente bondadosa con quienes la molestaban y hacía penitencia por ellos; ese era el motivo por el que se decía en Orvieto que si se deseaba que la beata orase por alguien, éste no tenía más que molestarla. Se dice que el cielo concedió a Juana numerosos éxtasis y gracias extraordinarias. El beato Santiago de Mevania, quien se hallaba entonces en el convento de los dominicos de Orvieto, fue su director espiritual durante varios años. Según una leyenda, Juana se confesó con él en Orvieto cuando el cadáver del beato se hallaba tendido en Bevagna. Juana predijo varios de los milagros que iban a ocurrir después de su muerte, pero hizo cuanto pudo por esconder las gracias extraordinarias que el cielo le había concedido. Lo que no podía ocultar en forma alguna era su despego del mundo, su humildad y su mansedumbre. La beata profesó siempre particular devoción a los ángeles. Murió asistida por ellos, el 23 de julio de 1306. Su culto fue aprobado en 1754.
La principal fuente sobre la beata es la biografía latina escrita por Jacobo Scalza; fue editada por primera vez en 1853; más tarde, fue reeditada en italiano por L. Fumi y L. Passarini. Véase también Procter, Dominican Saints; y M. C. Ganay, Les bienheureuses Dominicaines (1913).