En 1431, Juan V, duque de Bretaña, negoció una alianza matrimonial entre su casa y la de Thouars. Con ese motivo, Luis de Amboise envió a su hija Francisca, que entonces tenía cuatro años, a educarse en la corte ducal. A los quince años, Francisca contrajo matrimonio con Pedro, el segundo de los hijos del duque. No resultó éste un marido muy agradable, pues era celoso, taciturno y violento. Francisca soportó las dificultades sin una queja, hizo cuanto pudo por mediar en las constantes disputas de familia y, a fuerza de paciencia y oración, consiguió mejorar notablemente el carácter de su esposo. Dios no les concedió hijos. En 1450, Pedro heredó el ducado, y Francisca aprovechó su alta posición para trabajar por la causa de Dios. En efecto, fundó un convento de clarisas pobres en Nantes, se interesó por la canonización de san Vicente Ferrer, y empleó cuantiosas sumas en socorrer a los pobres y en otras obras de misericordia. En 1457 murió su esposo. Como los sucesores de éste no viesen con buenos ojos la popularidad e influencia de la duquesa viuda, que no tenía más de treinta años, ésta se retiró paulatinamente de los negocios y supo resistir a los intentos que hizo Luis XI de Francia por casarla de nuevo. La beata pasaba la mayor parte del tiempo en el convento que había fundado en Nantes y, más tarde, en el de las carmelitas de Vannes. Este último convento lo fundó y dotó en 1463, con la ayuda y el apoyo del beato Juan Soreth, prior general de la orden.
La beata no se vio libre de la tendencia de las fundadoras a intervenir demasiado en los asuntos de sus fundaciones. Por ejemplo, en cierta ocasión Ilevó a una religiosa a un confesor extraordinario, sin solicitar antes el permiso de la superiora. Cuando ésta se lo echó en cara, Francisca tuvo el mérito de pedirle humildemente perdón, y le rogó que le impusiese la penitencia que su falta merecía. En 1468, la beata tomó el hábito en el convento de Vannes, de manos de Juan Soreth. Al principio se le confió el cuidado de las enfermas, pero cuatro años después de su profesión, fue elegida abadesa vitalicia. Bajo su gobierno, el convento de Vannes resultó demasiado pequeño para la cantidad de aspirantes a ingresar en él y la beata fundó otro en Couéts, cerca de Nantes. Allí murió en 1485. Gracias a la beata Francisca, pudo el beato Juan Soreth introducir a las carmelitas en Francia, de suerte que puede considerársela como cofundadora de la rama femenina de la Orden en dicho país. El pueblo empezó pronto a venerarla como santa, a causa de sus virtudes y de los milagros obrados en su sepulcro, pero el culto de la beata Francisca no fue confirmado sino hasta 1863.
No se conserva ninguna biografía antigua de la beata. Los bolandistas previenen al lector contra los relatos publicados más tarde; por Alberto Le Gran de Morlaix y otros entusiastas panegiristas. En Acta Sanctorum, nov., vol. II sólo se encontrará un estudio general de los puntos dudosos y un extracto de los acontecimientos más importantes de la vida de la beata. La aprobación del culto, en 1863, se debió a los esfuerzos del P. F. Richard, quien fue más tarde cardenal arzobispo de París. Mons. Richard publicó en 1865 la Vie de la bse. Françoise d'Amboise (2 vols.). Existen en francés otras biografías, generalmente muy poco críticas, como la del vizconde Sioc'han de Kersabiec (1865). Véase también Zimmerman, Monumenta historica Carmelitana (1907), pp. 520-521.