La presente hagiografía, tomada del Butler-Guinea, 9 de junio, se refiere a la beata Diana de Andaló, celebrada el 10 de junio, a la beata Cecilia de Bolonia, cuya memoria es el 4 de agosto, y por referencia a la beata Amata de Bolonia, sin inscripción en el Martirologio Romano, pero autorizado el culto para la Orden de Predicadores junto con las otras dos.
Cuando santo Domingo buscó un campo más amplio para las actividades de su orden en Italia, eligió de manera muy especial la región de Bolonia, porque preveía que su famosa Universidad habría de proveerle con la clase de reclutas que necesitaba. No tuvo dificultades en hallar un lugar para establecer su priorato, pero al mismo tiempo se encontró con la furiosa oposición de la familia d'Andalo, propietaria del terreno elegido. A fin de cuentas, los d'Andalo cedieron, debido a las súplicas insistentes de Diana, la hija única de la familia, una piadosa chica que, desde el arribo de los frailes, había escuchado sus prédicas con profunda emoción. El propio santo Domingo recibió en privado, casi en secreto, los votos de Diana para conservar su virginidad, junto con un compromiso para ingresar a la vida de religión, tan pronto como le fuese posible.
Durante algún tiempo, Diana siguió viviendo en su casa; pero a escondidas de sus padres, se levantaba antes del alba para rezar sus devociones y practicar sus penitencias. Por aquel entonces, Diana pensaba que no habría mayores dificultades para convencer a su familia a que fundara un convento para monjas dominicas en el que ella pudiese ingresar; pero en cuanto abordó al asunto con su padre, éste se negó terminantemente a considerar aquella fundación y mucho menos a autorizar a su hija para que fuera religiosa. Entonces, Diana decidió hacerse justicia por sí misma. Con el pretexto de visitar a sus amistades, se fue a Roxana, se entrevistó con la canonesa de las agustinas y tanto rogó y discutió, que acabó por convencerla a que le impusiera el velo. Tan pronto como sus familiares se enteraron de lo que había hecho, fueron a Roxana decididos a sacarla del convento por la fuerza, si fuese necesario; y por cierto que debieron recurrir a la fuerza y utilizaron métodos tan violentos, que, en la reyerta, le rompieron una costilla a la infortunada Diana y, materialmente a rastras, la sacaron del convento.
Tras de devolverla a casa, la encerraron con llave, pero no por eso iba a desistir la valiente muchacha; en cuanto se restableció de los golpes recibidos, escapó de su encierro y regresó a Roxana. Parece que, desde entonces, sus familiares no volvieron a hacer el intento de disuadirla y, por el contrario, todos acabaron por responder con creces a los deseos de la joven. El beato Jordán de Sajonia se ganó la voluntad del señor d'Andalo y la de sus hijos en forma tan completa, que entre todos fundaron un pequeño convento para monjas dominicas. Ahí, en 1222, se instaló Diana con otras cuatro compañeras. Como ninguna de ellas tenía experiencia en la vida de religión, se llamó a cuatro monjas del convento de San Sixto de Roma para que las instruyesen. Dos de estas monjas, Cecilia y Amata, quedaron desde entonces íntimamente asociadas con Diana; las dos fueron sepultadas en la tumba de Diana, y las tres fueron beatificadas al mismo tiempo, en 1891. De Amata no se sabe nada, y de hecho, aunque autorizado su culto para la Orden de Predicadores, no está inscripta en el Martirologio Romano; pero sí de Cecilia, que era descendiente de la noble familia romana de los Cesarini y, en todos sentidos, una mujer notable.
Cuando Cecilia era una muchacha de diecisiete años y se encontraba en el convento de Trastevere, antes de trasladarse a San Sixto, se distinguió por haber sido una de las primeras religiosas que respondió a los esfuerzos de santo Domingo para reformar las órdenes y fue ella quien convenció a la abadesa y a las otras hermanas para que se sometieran a la regla del santo. Como fue Cecilia la primera mujer que recibió el hábito de las dominicas, era la indicada para gobernar el pequeño convento de Santa Inés, en Bolonia, durante sus primeros tiempos de existencia. El beato Jordán sentía especial afecto por aquella pequeña comunidad que él mismo había fundado y, aparte de sus frecuentes visitas, mantuvo siempre una activa correspondencia con Diana. A menudo, en sus cartas, decía que los rápidos progresos de la orden podían atribuirse a las oraciones de las monjas de Santa Inés. Asimismo, con frecuencia les recomendaba que no pusiesen demasiado a prueba sus fuerzas con penitencias exageradas.
La Beata Diana murió el 10 de junio de 1236, cuando no tenía más de treinta y seis años. Cecilia la sobrevivió mucho tiempo -murió el 4 de agosto de 1290-, y era ya anciana cuando dictó a una escribiente sus recuerdos de santo Domingo. En ese escrito figura una descripción muy gráfica del santo fundador.
Hay una biografía en latín de la beata Diana, que se encontrará impresa en el volumen de H. M. Cormier, La b. Diane d'Ándalo (1892). Las cartas del Beato Jordán fueron reeditadas en 1925 por B. Altaner, en Die Briefe Jordans von Sachsen. N.ETF: en el Butler indicaba la fecha de muerte de Diana como 9 de enero, pero la inscripción en el Martirologio y la consulta con otros santorales hacen pensar que esa fecha no se considera ya correcta, sino el 10 de junio.