El Corazón de Jesús se convirtió en fuente de fuerza para las dos mujeres que la Iglesia eleva hoy a la gloria de los altares. Gracias a esa fuerza, alcanzaron la cima de la santidad. María Bernardina Jablonska, hija espiritual de san Alberto Chmielowski, colaboradora y continuadora de su obra de misericordia, viviendo la pobreza se consagró al servicio de los más pobres. La Iglesia nos pone hoy como ejemplo a esta religiosa piadosa, cuyo lema de vida eran las palabras: «Dar, eternamente dar». Con su mirada fija en Cristo, lo seguía fielmente, imitándolo en el amor. Quería escuchar toda petición de su prójimo, enjugar toda lágrima y consolar, por lo menos con la palabra, a toda alma que sufría. Quería ser siempre buena con todos, pero más aún con los más probados por el destino. Solía decir: «El dolor de mi prójimo es mi dolor». Junto con san Alberto fundó hospicios para los enfermos y para los que habían quedado sin hogar a causa de la guerra.
Ese amor grande y heroico maduraba en la oración y en el silencio de la cercana ermita de Kalatówki, donde vivió durante algún tiempo. En los momentos más difíciles de su vida, en sintonía con las recomendaciones de quien la dirigía espiritualmente, se encomendaba al Sagrado Corazón de Jesús. A él le ofrecía todo lo que poseía, y especialmente sus sufrimientos interiores y sus dolores físicos. ¡Todo por amor a Cristo! Como superiora general de la congregación de las religiosas Siervas de los Pobres de la Tercera Orden de san Francisco, las Albertinas, daba continuamente a sus religiosas ejemplo del amor que brota de la unión del corazón humano con el Sagrado Corazón del Salvador. El Corazón de Jesús era su consuelo en el heroico servicio a los más necesitados.
Es conveniente que su beatificación se realice en Zakopane, porque es una santa de Zakopane. Aunque no nació en este lugar, aquí se desarrolló espiritualmente para alcanzar la santidad a través de la experiencia eremítica de fray Alberto, en los montes Kalatówki.
Queridos hermanos y hermanas, estas dos religiosas heroicas, las beatas María Bernardina Jablonska y María Karlowska, al realizar sus obras santas en condiciones muy difíciles, manifestaron con plenitud la dignidad de la mujer y la grandeza de su vocación. Manifestaron el «genio femenino», que se revela mediante una profunda sensibilidad ante el sufrimiento humano, mediante la delicadeza, la apertura y la disponibilidad a ayudar, y también mediante otras cualidades propias del corazón femenino. A menudo se manifiesta sin clamor y, por eso, a voces lo subestiman. ¡Cuánto lo necesita el mundo actual y nuestra generación! ¡Cuánta necesidad hay de esta sensibilidad femenina en las cosas de Dios y de los hombres, para que nuestras familias y toda la sociedad tengan afecto cordial, benevolencia, paz y alegría! ¡Cuán necesario resulta este «genio femenino», para que el mundo actual aprecie el valor de la vida, de la responsabilidad y de la fidelidad; para que conserve el respeto a la dignidad humana! En efecto, Dios, en su designio eterno, atribuyó un lugar determinado a la mujer, creando al ser humano «varón y mujer», a su «imagen y semejanza».