Amor mio, cómo puedo hacer para que todo el mundo te ame? Sírvete una vez más de este tu miserable instrumento para reavivar la fe y la conversión de los pecadores.
Este impulso generoso brotado a los pies de su «Sumo Bien», que la atraía siempre más irresistiblemente a sí, constituyó el anhelo profundo del corazón de Ana Rosa Gattorno, hasta impulsarla a ofrecer totalmente su vida en una continua inmolación por la gloria y complacencia del Padre. Nació en Génova el 14 de octubre de 1831, de una familia de condición económica acomodada, de buena posición social y de profunda formación cristiana. Fue bautizada el mismo día, en la Parroquia de San Donato, con el nombre de Rosa María Benedetta. A los 21 años (5 de noviembre, 1852) , contrajo matrimonio con su primo Jerónimo Custo y se trasladó a Marsella. Una imprevista crisis financiera turbó muy pronto la felicidad de la nueva familia, obligada a volver a Génova marcada por la pobreza. Desgracias aún mas graves la amenazaban, su primera hija Carlota afectada de una improvisa enfermedad quedó sordomuda para siempre; el tentativo de Jerónimo para hacer fortuna en el extranjero se concluyó con el regreso, agravado por una funesta enfermedad; el gozo de los otros dos hijos fue profundamente turbado por el fallecimiento del marido, que la dejó viuda a menos de seis años de casada (9 de marzo, 1858) y después de algunos meses la pérdida de su último hijito.
El apremiar de tantos acontecimientos tristes, marcó en su vida un cambio radical que ella llamará «su conversión» a la oferta total de sí al Señor, a su amor y al amor del prójimo. Purificada por las pruebas, pero fuerte en el espíritu, comprendió el verdadero sentido del dolor, enraizándose en la certeza de su nueva vocación. Bajo la guía del confesor don José Firpo emitió en forma privada los votos perpetuos de castidad y obediencia en la fiesta de la Inmaculada del 1858; enseguida también el de pobreza (1861), en el espírirtu del pobrecito de Asis, como terciaria franciscana. Desde el 1855 había obtenido el beneficio de la comunión diaria, no común en aquel tiempo. A tal manantial de gracia quedó constantemente anclada y sostenida por una siempre mayor intimidad con el Señor, en la cual encontró apoyo, ardor misionero, fuerza e impulso para el servicio a los hermanos. En 1862 recibió el don de los estigmas ocultos, percibidos más intensamente los días viernes.
Las asociaciones católicas en Génova la solicitaban y así, aún amando el silencio y el anonimato, todos notaron el carácter genuinamente evangélico de su tenor de vida. Progresando en este camino le fue confiada la presidencia de la «Pía Unión de las nuevas Ursulinas, Hijas de Santa María Inmaculada», fundada por Frassinetti y por expreso deseo del Arzobispo Monseñor Charvaz, también la revisión de las reglas destinadas a la Pía Unión. Justamente en aquella circunstancia (febrero 1864), en un clima de más intensa oración, delante del Crucifijo, recibió la inspiración de una nueva regla para una suya específica Fundación. Temiendo ser obligada a abandonar los hijos, reza, hace penitencia, pide consejo. Fray Francisco de Camporosso, santo capuchino lego, aún mostrándose temeroso por las graves tribulaciones que se perfilaban, la sostiene dándole valor; de igual manera lo hacen el confesor y el Arzobispo de Génova.
Superadas las resistencias de los parientes y abandonadas las obras de Génova, no sin disgusto de su Obispo, da inicio en Placencia a la nueva Familia Religiosa que denominó definitivamente «Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada» (8 diciembre 1866). Vistió el hábito religioso el 26 de julio de 1867 y el 8 de abril de 1870 emitió la profesión religiosa junto a doce hermanas. En el desarrollo del Instituto recibió la colaboración del P. Juan Baustista Tornatore, sacerdote de la Misión, a quien pidió expresamente que escribiera las Reglas y que luego fue considerado Cofundador del Instituto.
Confiada totalmente a la Providencia divina y animada desde el principio de un valeroso impulso de caridad, Rosa Gattorno dió inicio a la construcción de la «Obra de Dios», como la había llamado el Papa y como la llamará siempre también ella, elegida para cooperar, en espíritu de donación materna, atenta y solícita hacia las diversas formas de sufrimiento y de miseria moral o material, con la única intención de servir a Jesús en sus miembros adoloridos y heridos y de «evangelizar ante todo con la vida».
Da inicio a varias obras de servicio para los pobres y enfermos de cualquier enfermedad, para las personas solas, ancianas, abandonadas; los pequeños e indefensos; las adolescentes y las jóvenes «en peligro» a quienes proveía una instrucción adecuada y la sucesiva inserción en el mundo del trabajo. A estas formas, se agregan muy pronto la apertura de escuelas populares para la instrucción de los hijos de los pobres y otras obras de promoción humano-evangélica, según las necesidades más urgentes de la época, con una efectiva presencia en la realidad eclesial y civil. Llamaba a sus hijas «Siervas de los pobres y ministras de la misericordia» y las exhortaba a acoger como signo de predilección del Señor el servicio a los hermanos, cumpliéndolo con amor y humildad: «Sean humildes piensen que son las últimas y las más miserables de todas las creaturas que prestan su servicio a la Iglesia, de la cual tienen la gracia de formar parte».
A pesar de la buena acogida de su obra, no fueron ahorradas a Madre Rosa Gattorno pruebas, humillaciones, dificultades y tribulaciones de todo género. No obstante esto, el Instituto se difundió rápidamente en Italia y en el extranjero, realizando así el ardiente deseo misionero de la fundadora: «Amor mío! Cómo me siento arder de deseo de hacerte conocer y amar por todos; quisiera atraer a todo el mundo, dar a todos, socorrer a todos quisiera correr por doquier y gritar fuerte para que todos vengan a amarte». Ser «portavoz de Jesús» y hacer llegar a todos los hombres el Amor que salva, fue siempre el anhelo profundo de su corazón. En 1878 enviaba ya a las primeras Hijas de Santa Ana en Bolivia, después Brasil, Chile, Perú, Eritrea, Francia, España.
Puro y simple instrumento en las manos del «Delicado Artífice», conformada a Cristo pobre y víctima de amor con El, realizó en su vida el anhelo inculcado a sus hijas : «Vivir por Dios y morir por El, gastar la vida por amor». Así vivió hasta febrero de 1900, cuando afectada por una inesperada enfermedad, se agravó rápidamente. Sometida a duras pruebas de penitencia, frecuentes y extenuantes viajes, una intensa correspondencia epistolar, preocupaciones y grandes disgustos, su físico no pudo más. El 4 de mayo recibió el sacramento de los enfermos y dos días después el 6 de mayo, a las 9 de la mañana, cumplido su peregrinaje terreno se extingue santamente en la Casa General. La fama de santidad que ya había irradiado en vida, irrumpe en ocasión de su muerte, creciendo ininterrumpidamente en todas partes del mundo. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 9 de abril del 2000.