Eusebio de Cesarea escribió una obra entera dedicada a los mártires de Palestina; resulta un testimonio privilegiado, ya que el propio Eusebio conoció de primera mano los hechos. Lamentablemente, la obra no nos llegó íntegra, pero han quedado fragmentos, que sí han sobrevivido; el más extenso se publica normalmente como apéndice al libro VIII de la Historia Eclesiástica. Precisamente allí se recuerda a este grupo de seis jóvenes de distintas procedencias, pero que padecieron juntos, bajo el prefecto Urbano, durante cuyo mandato se aplicaron los edictos persecutorios con especial severidad.
Nos cuenta Eusebio: «¿Quién que haya visto estas cosas [la intrepidez de los mártires, la ferocidad de los perseguidores] no ha quedado admirado, o si ha escuchado un relato sobre esto no ha quedado estupefacto? Porque mientras se celebraban por todas partes las fiestas y espectáculos acostumbrados, se anunció que además de estos entretenimientos, tendría lugar el combate público de los condenados con las bestias. Y cuando esta información se difundió en todas direcciones, seis jóvenes llamados Timolao, del Ponto, Dionisio, de Trípoli en Fenicia, Rómulo, un subdiácono del grupo de Dióspolis, Páusides y Alejandro, ambos egipcios, y otro Alejandro de Gaza, uniendo primero sus propias manos, se presentaron ante Urbano, que estaba por abrir la exhibición, y mostraron gran celo por dar su testimonio. Confesaron ser cristianos, y su ambición por tales terribles hechos mostraron que quienes se glorían en la religión del Dios del universo no se acobardan ante los ataques de las bestias salvajes.»
Naturalmente, mucho se podría discutir sobre este punto límite entre ser perseguido y buscarse el martirio; a lo largo de la historia de las persecuciones (no sólo las antiguas sino también las modernas) es posible que se haya cruzado esa línea varias veces, a pesar de que casi desde el principio la Iglesia fue clara en no permitir buscar el martirio; pero no hay duda de que estos mártires, junto con los otros de la vastísima y crudelísima persecución de Dioclesiano, representaron el semillero del que una fe que se pretendía que quedara devastada en pocos años, cobró la fuerza para llenar el mundo y vigorizarlo por siglos.
La referencia es el párrafo de Los mártires de Palestina, apéndice, como dije en el texto, al libro VIII de la Historia Eclesiástica, capítulo III,2-3; lamentablemente la edición castellana de la BAC -meritoria en casi todos los aspectos- no trae este apéndice; lo he tomado de la edición en inglés de New Advent.