En cuanto se publicó el edicto de Decio contra los cristianos, un cruel gobernador de la isla de Creta inició la persecución. Las víctimas más distinguidas fueron los Diez Mártires de Creta: Teódulo, Saturnino, Euporo, Gelasio, Euniciano, Zótico, Cleomenes, Agatopo, Basílides y Evaristo. Los tres primeros eran originarios de Gortina, la capital. Los jueces les ordenaron que ofreciesen sacrificios a Júpiter, pues ese día se celebraba una fiesta en su honor. Ellos replicaron que jamás ofrecerían sacrificios a un ídolo. El presidente dijo: «Vais a ver lo que es el poder de los dioses, vosotros, que despreciáis a esta gran asamblea en la que se rinde culto a los omnipotentes Júpiter, Juno, Rea y otras divinidades». Los mártires respondieron que conocían perfectamente la leyenda de la vida de Júpiter, y que seguramente quienes lo consideraban como una divinidad debían tener por virtud el imitar sus vicios.
La chusma hubiese acabado ahí mismo con los mártires, si el gobernador no la hubiese contenido para someterlos a la tortura. Los tres sufrieron con gran alegría. A los gritos de la multitud, que los exhortaba a obedecer y ofrecer sacrificios para salvarse, respondieron: «Somos cristianos, y preferiríamos morir mil veces». Finalmente, el gobernador se dio por vencido y los condenó a morir por la espada. Los mártires se dirigieron gozosos al sitio de la ejecuión, pidiendo a Dios que se mostrase misericordioso con ellos y con toda la humanidad y que disipase las tinieblas de la idolatría entre sus compatriotas. La multitud se dispersó después de la ejecución. Los cristianos sepultaron a los mártires, cuyas reliquias fueron trasladadas más tarde a Roma. Los Padres del Concilio de Creta (458) afirmaron en una carta al emperador León I que la isla de Creta se había preservado hasta entonces de la herejía, gracias a la intercesión de estos mártires. La población en la que tuvo lugar la ejecución se llama actualmente «Hagiogi Deka» (Diez Santos); se conserva una dala rota, en la que hay diez depresiones, que, según la tradición, señalan el sitio en el que se arrodillaron los mártires para recibir el golpe fatal.
Existen dos versiones de la pasión griega. La más fidedigna es la que editó A. Papadopulos-Kerameus en sus Analecta, vol. IV, pp. 224-237. La segunda forma parte de los escritos que suelen atribuirse a Metafrasto; puede verse en Migne, PG., vol. CXVI, pp. 565-573. La tradición de este martirio se conserva muy viva en Gortina. Véase Analecta Bollandiana, vol. XVIII (1899), p. 280.