Los confesores que fueron condenados a trabajar en las canteras de Palestina en el curso de la última persecución general, construyeron en las galerías y cuevas dejadas por las excavaciones pequeños oratorios donde solían reunirse para los oficios divinos, que eran su gran consuelo en medio de las penurias terribles a que se hallaban sometidos. Firmiliano, el gobernador de Palestina, informó al emperador Galerio sobre las libertades que se habían tomado aquellos cristianos, y el tirano respondió con una orden para que fuesen sacados de las canteras y enviados a las minas de Chipre unos, otros a las del Líbano y otros más a diversos sitios donde las condiciones de vida y de trabajo fuesen más crueles y rigurosas. El oficial a quien se encomendó la tarea de trasladar a los prisioneros, pidió y obtuvo la autorización para eliminar a los que él considerase inservibles y, en consecuencia, apenas iniciada la marcha, señaló a cuatro de ellos para que fuesen quemados en vida. Los elegidos fueron Peleo y Nilo, dos obispos egipcios, el sacerdote Elías y un laico egipcio. Es posible que estos mártires perecieran en la hoguera en la localidad de Funon, cerca de Petra, al mismo tiempo que san Tiranio de Gaza y sus compañeros.
Nuestra principal autoridad es Eusebio en su obra De Martyribus Palestinae (XIII, 3). Ver también a B. Violet en Die Palizstinischen Märtyrer des Eusebius von Cäserea, pp. 105-107.