Conocemos los nombres de estos santos, protomártires de la Iglesia de Madaura, en el norte de África, exclusivamente por el testimonio de un pagano, un amigo de san Agustín que le escribe, hacia el 390 -pocos años después del bautismo del santo- reprochándole que adhiriera a la fe cristiana. En un estilo de retórica culta, Máximo le recuerda lo que era doctrina común de los ambientes cultivados de la época: en el fondo todos los dioses (incluidos los paganos) hablan de una misma Divinidad que trasciende todos los nombres que le ponemos los seres humanos, y que puede ser el gran Todo. Por eso mismo, continúa Máximo, es impensable que los mártires cristianos pretendan preminencia respecto de los dioses paganos. Y así dirá:
«¿Quién puede sufrir que Miginio sea antepuesto a Júpiter, que lanza los rayos; Sanamis a Juno, Minerva, Venus y a Vesta, y a todos (¡qué vergüenza!) los dioses inmortales el archimártir Namfamon? Entre esos mártires se acepta con no menor veneración a Lucita y a otros mil (nombres odiosos a los hombres y a los dioses), que acumularon crímenes sobre crímenes en una conciencia llena de nefandos delitos. Bajo la apariencia de una muerte gloriosa, hallaron los muy viciosos una muerte digna de sus hazañas y costumbres. La necia muchedumbre visita sus sepulcros, si es que vale la pena recordarlo, olvidando los templos y los manes de sus antepasados...»
Parte del significado burlesco que podía tener esta carta enviada como chanza de amigo a amigo se nos pierde, porque al parecer, según lo sugiere la respuesta de san Agustín, Máximo intentó ridiculizar a los mártires por sus extraños nombres. Esto dará lugar a que Agustín tome a su vez el pelo a su agonista, mostrándole que «Namfamon» significa «de buen pie», y haciendo alusión a la habitual superstición de los paganos, le recuerda que «Desea Virgilio que Hércules entre con pie venturoso, esto es, que sea Nanfamón, que es lo que nos echas a nosotros tan en cara.» En suma, las misivas no aportan elementos históricos para que nos enteremos de las circunstancias concretas del martirio de estos santos, pero sí permiten establecer fehacientemente no sólo su existencia sino también la gran veneración de la que gozaban.
Las cartas pueden verse en Patrología Latina XXXIII, 81 y 83 respectivamente, y en la edición de Obras Completas de BAC, en el tomo I de cartas, núm. 16 y 17.