Los sarracenos eran pueblos bárbaros seminómades que habitaban en los confines orientales del Imperio Romano, en el desierto de Palestina, en el Sinaí, a los que veremos siglos más tarde ganados a la fe de Mahoma y esparcidos por muchos más territorio, pero que en los siglo IV, V y VI asolaban con sus incursiones las fornteras del Imperio. De ellos hablamos ya a fines del siglo IV en la memoria de san Moisés, apóstol de los sarracenos, donde se contaba que este santo vivió entre ellos como obispo itinerante, y con su predicación y ejemplo ganó a muchos para la fe. Sin embargo muchos de ellos recaían en el paganismo, y en general la fe cristiana era en este pueblo, débil y poco cultivada.
Uno de estos grupos que atacaban en las fronteras fue, a inicios del siglo VI, el de Alamondir, caudillo que comandaba un grupo de sarracenos que, enfurecidos con los romanos, atacaban, robaban y destruían as paso todo lo posible en Palestina. Había en el desierto algunas importantes "lauras" monásticas, como la de san Sabas, famosa por vivir allí a inicios del siglo VI no sólo el propio san Sabas, sino también san Juan Hesicasta. Es precisamente en unos años en que el santo se había retirado al desierto, que los sarracenos entraron al monasterio y arrollando todo a su paso, mataron a los monjes.
Imposible saber más detalles del hecho, como el número de monjes o la duración de las incursiones, ya que se nos cuenta como narración accesoria dentro de las vidas de san Juan Hesicasta, de san Sabas y de san Eutimio, por el monje Cirilo de Escitópolis, que si bien no fue testigo directo de los hechos, está muy cercano en el tiempo, ya que escribió estas obras apenas unos cincuenta años más tarde.
Ver en Acta Sanctorum, febrero III, pág 132-3 los textos pertinentes de Cirilo de Escitópolis.