Entre los muchos Mártires de Jesu-Cristo que ennoblecieron a Córdoba en tiempo en que el Rey Moro Abderramán perseguía de muerte a los cristianos, se numeran san Emila, y Jeremías ambos naturales de la misma ciudad, que si bien distinguidos por su calificada nobleza, lo fueron mucho más por el generoso brío con que pelearon contra los infieles, triunfando de ellos gloriosamente. Estudiaron los dos -segun nos dice san Eulogio, historiador de sus Actas-, en la iglesia de San Cipriano, una de las escuelas en que se instruían los jóvenes cristianos en letras, y en virtudes; bajo la enseñanza de los mas hábiles preceptores; y habiendo ascendido Emila al sagrado ministerio de Levita [diácono], siguió Jeremías en el estado secular las funciones de su profesion. Encendiéronse ambos en vivísimos deseos de la gloria del martirio, y como se hallaban perfectamente instruidos en el idioma africano, y en las ridiculas supersticiones de la secta Mahometana, valiéndose de esta pericia como de armas para conquistar el cielo, se presentaron al Tribunal de los infieles e hicieron una confesion pública de la fe de Jesu-Cristo; pero no satisfechos de acción tan gloriosa, comenzaron a declamar -especialmente Emila- contra el falso profeta Mahoma en términos, que en comparacion de los desdesprecios que de él hicieron los dos ilustres Confesores, estimaron en poco los Agarenos todas las maledicencias que habían dicho contra su Legislador los mártires precedentes.
No es facil poder explicar la ira que concibieron los bárbaros, al ver la generosa libertad con que a su presencia blasfemaban Emila y Jeremías de aquel a quien tenían por su gran Profeta: y arrebatados de un furor extraordinario, no trataron sólo de quitar la vida a los dos atrevidos jóvenes, sino de acabar enteramente con todos los Cristianos; pero reflexionando, que seria consiguiente en este caso la destruccion de su Imperio, quando tenían la experiencia, que sin afligirlos se ofrecían voluntariamente al martirio los fieles de todos estados, sexos, y condiciones, contenidos con este temor, descargaron su cólera contra los dos esforzados militares de Jesu-Cristo. Quisieron primero molestarlos con las miserias, y con los trabajos de una dura prision; pero conociendo que en lugar de abatir el valor de los dos jóvenes, se aumentaba cada día, los mandaron degollar en el 15 de Septiembre del año 852: logrando por este medio la apetecida corona del martirio. Estaba el Cielo sereno quando se ejecutó la sentencia: y queriendo el Señor manifestar su indignacion por la injusticia de aquel castigo, se movió de repente una tempestad tan furiosa de truenos formidables, y de encendidos relámpagos, que parecía querer Dios aniquilar a Córdoba; mas no por esto dejaron los moros de continuar en su bárbara costumbre, en fuerza de la cual colgaron en unos palos los cuerpos de los dos insignes mártires a la vista de la ciudad, para que sirviesen de escarmiento. Después, por orden de Abderramán, fueron echados con los de san Rogelio, y Servideo, que padecieron en el siguiente dia, a una ardiente hoguera, a fin de que quedasen reducidos a cenizas: las que recogidas por los cristianos, se depositaron en lugares sagrados, donde les tributaron la veneracion correspondiente.
Al igual que para otros santos del mismo grupo, hemos tomado este texto del «Suplemento á la última edicion del Año Christiano», del P. Juan Croisset, S.J. (Juan de Croiset, dice la portadilla), en redacción correspondiente de D. Juan Julián Caparrós, tomo II, pág 205, edición de 1797, afortunadamente puesta a disposición, en un escaneo de muy buena calidad, por Google Libros. He corregido parte de la gramática del texto, para evitar mayores dificultades en la lectura, sin embargo, me ha parecido adecuado respetar algo del sabor antiguo de la redacción, que es gran parte del atractivo de las páginas del Croisset.
La fuente única para éste, como para la inmensa mayoría de los «mártires de Córdoba», es el «Memoriale Sanctorum» de san Eulogio de Córdoba, cuyo texto puede verse, en latín, en una edición facsimilar muy legible, en el proyecto Cervantes Virtual. La imagen muestra la «Urna de los mártires», en Córdoba, que encierra los huesos y cenizas de muchos de los mártires mozáraabes que celebra san Eulogio.