En el año de 484, Hunerico, rey arriano de los vándalos, ordenó que todas las iglesias cristianas del África fuesen clausuradas, y confiscados los bienes del clero para entregarlos al pueblo africano. Por mandato real, se congregaron los obispos en el palacio y entonces fueron conducidos lejos de la ciudad y se les ordenó que marcharan solos hacia el destierro. Frente a las puertas de la ciudad, el rey Hunerico se encontró con un grupo numeroso de cristianos que habían acudido a protestar por la injusticia. «¡ Aplastadlos con los caballos!», dijo a los guardias montados que le seguían; esa fue toda la respuesta que dio a los quejosos.
Allí mismo Donaciano y otros cuatro obispos de la provincia de Bisaseno, fueron brutalmente golpeados y, en estado lamentable, se les condujo al desierto, donde quedaron abandonados para morir de hambre y sed. San Leto, obispo de la Leptis menor, a quien el Martirologio Romano llama «varón valiente y doctísimo», y que se había ganado la enemistad de Hunerico por su enérgica oposición al arrianismo, fue encerrado en un calabozo estrecho, oscuro y pestilente, del cual lo sacaron al cabo de dos meses para quemarlo vivo. Estos fueron algunos de los primeros mártires de la persecución.
Ver Acta Sanctorum, sept, vol. II, donde se hace referencia a la «Historia persecutionis provinciae Africanae», de Víctor di Vita, pero es difícil identificar los nombres puestos en el Martirologio.