El día 13 de enero del año 1859 en Nam-Dinh (Vietnam) fueron sacados de la cárcel donde estaban los confesores de la fe Domingo Pham Trong An Kham, su hijo Lucas y un paisano y amigo de ambos llamado José Pham Trong Cai Ta; fueron llevados fuera de la ciudad, extendidos en el suelo, atados sus pies y manos a sendas estacas, y seguidamente estrangulados. Su delito había sido el de profesar la fe cristiana, haberse negado a apostatar de ella y a pisotear la santa cruz y haberse mantenido firmes en esta confesión a pesar de la prisión y de las amenazas de muerte. Fueron canonizados el 19 de junio de 1988 con los demás mártires de Vietnam.
Domingo era una persona rica y de buena posición social, que había educado con esmero a su hijo. Era terciario dominico, y con la llegada de la persecución fue encarcelado y juzgado por confesar la fe. Para él había sido una satisfacción ver cómo su hijo se acreditaba también socialmente y llegaba al cargo de jefe del cantón o distrito, cargo inmediato al de mandarín.
Lucas, educado cristianamente por su padre, se había casado y formado una familia, pero debiendo tener múltiples relaciones sociales, se enfrió un tanto en su fervor religioso hasta que un sacerdote lo amonestó y trajo de nuevo a la práctica de la religión. Había defendido la libertad religiosa ante el mandarín general, asegurando la fidelidad de los cristianos a las autoridades civiles, sin embargo, la rebelión de un cristiano llamado Cao-Xá pareció desmentir la tesis de Lucas, y éste fue arrestado. Se le pidió que manifestara por escrito su fe cristiana y así lo hizo, alegando que estaba dispuesto a dar su vida por ella. En la cárcel halló a su padre, y padre e hijo se animaron mutuamente a perseverar en la fe y a prepararse para el martirio.
José era, como los otros dos, natural del poblado de Quang-Cong. Era un cristiano fervoroso y ejemplar, cofrade del Santísimo Rosario. Estaba casado y tenía hijos, y había tenido el cargo de subjefe de su distrito. Llegada la persecución, no dudó en acudir al mandarín gobernador a asegurarle la buena conducta civil de los cristianos y a rogar que cesara la persecución. El mandarín no solamente no le atendió sino que le mandó detener, afirmándole que solamente alcanzaría la libertad si pisaba la cruz y apostataba. Incluso por escrito afirmó que no renegaría jamás del cristianismo. Fue a parar a la cárcel en septiembre de 1858 y allí encontró a los otros dos confesores de la fe que morirían con él.