El cristianismo no se implantó en la tierra vietnamita solamente en las clases populares y modestas. También hubo personas ricas y de clase acomodada que se abrieron al evangelio y lo hicieron el centro de sus vidas. Los perseguidores del nombre cristiano quisieron dejar claro que la posición social no iba a ser una defensa frente a las medidas persecutorias y que no se pensaba permitir el cristianismo ni a los pobres ni a los ricos. El prefecto de Xuang-Trang quiso dar un escarmiento en su distrito arrestando y sometiendo a juicio a cinco hombres de clase distinguida y rica, cuyo cristianismo le había sido asegurado, y cuya apostasía esperaba lograr como ejemplo para que gente más modesta les siguiera.
El arresto tuvo lugar en diciembre del año 1861 y se les intimó formalmente a apostatar del cristianismo, amenazándoles con severos castigos si se negaban. Los cinco se negaron de forma unánime sin que las amenazas les hicieran la mínima mella. Entonces ideó el prefecto una pena de destierro que iba a ser acompañada de una verdadera tortura: deberían ir andando hasta Lang-Coc, en la prefectura de Vu-Ban, pero cargados ya con la canga y con cadenas en las manos y pies. Los confesores de la fe se dispusieron a abordar su martirio con generosa entrega al Señor. Pasaron en el camino grandes penalidades, llegaron agotados al sitio de su destierro y una vez allí se les recluyó en la cárcel, pero ninguno de ellos mostró debilidad moral sino que se mantuvieron firmes en la verdadera fe. Sabiendo que la perseverancia final es gracia de Dios, a todas horas la pedían al Señor con ánimo humilde, y para hacerse capaces de ella decidieron ayunar tres veces por semana en la cárcel, solicitando de la misericordia de Dios la perseverancia. La vida en la cárcel estuvo animada por la fe, la caridad mutua y la intensa oración. Separados de sus familias, debieron pasar muchos malos tratamientos y privaciones que ofrecían al Señor con entrega y confianza.
El 15 de junio de 1862, luego de seis meses de dolores pasados desde su arresto, fueron llevados a la subprefectura de Yau a padecer un nuevo interrogatorio y juicio. El juez volvió a intimarles la orden de apostasía y ellos manifestaron que eran hombres hechos y derechos que no se volvían atrás de sus convicciones por torturas y malos tratos y que con la ayuda de Dios pensaban perseverar en la fe cristiana hasta la muerte. El juez, frustrado e impotente ante aquella confesión de fe, mandó que al día siguiente fueran decapitados. Los cinco se dispusieron en la oración al martirio y rogaron al verdugo que los degollara de tres golpes para que su martirio, como su bautismo, fuese en el nombre de la Trinidad. Y así sucedió.
Domingo Nhi era natural de Ngoc-Cuc, donde vivía y era un rico terrateniente; Domingo Mao era natural de Fu-Yen, en la provincia de Nam-Dinh, y se había establecido en Ngoc-Cuc como rico agricultor; Domingo Nguyen era de Ngoc-Cuc, donde ejercía la medicina con gran crédito; Andrés Tuong era natural de Fu-Yen y se había trasladado a Ngoc-Cuc, donde vivía como rico terrateniente; y Vicente Tuong era igualmente de Fu-Yen, y se había venido a vivir a Ngoc-Cuc, donde era juez suplente y vivía de su rico patrimonio. Todos ellos fueron canonizados el 19 de junio de 1988.