Estos dos mártires fueron muy famosos en el norte de Europa durante la Edad Media. Shakespeare exalta el día de estos santos en el famoso monólogo en el que Enrique V llama al combate la víspera de la batalla de Agincourt. Desgraciadamente el relato del martirio, que es muy posterior a los hechos, no merece crédito alguno. Según dicho relato, Crispín y Crispiniano fueron de Roma a la Galia a predicar el Evangelio a mediados del siglo III, junto con san Quintín y otros misioneros. Se establecieron en Soissons, donde instruyeron a muchos en la fe de Cristo. Predicaban durante el día, pero en la noche, de acuerdo con el ejemplo de san Pablo, se ganaban la vida remendando zapatos, a pesar de que eran de noble cuna. Los dos hermanos vivieron así varios años y más tarde, cuando cl emperador Maximiano fue a la Galia, fueron acusados ante él. Maximiano, probablemente más por complacer a los acusadores que por satisfacer su propia crueldad y susperstición, mandó que Crispín y Crispiniano compareciesen ante Ricciovaro, que era un enemigo irreconciliable del cristianismo (si es que existió en realidad). Ricciovaro los sometió a diversas torturas y trató en vano de ahogarlos y cocerlos vivos. Ese fracaso le encolerizó tanto, que se arrojó en la hoguera preparada para los mártires, a fin de quitarse la vida. Entonces, Maximiano mandó decapitar a los dos hermanos. Se cuenta que Crispín y Crispiniano sólo aceptaban por su trabajo lo que sus clientes les ofrecían buenamente, cosa que predispuso a los paganos en favor del cristianismo. Más tarde se construyó una iglesia sobre el sepulcro de los mártires, y san Eligio el Orfebre se encargó de embellecerla.
En realidad, no sabemos nada acerca de estos mártires y es muy posible que hayan muerto en Roma y que sus reliquias hayan sido posteriormente transladadas a Soissons, donde empezó a tributárseles culto. Hay una tradición local, de Kent, en Inglaterra, que relaciona a estos mártires con el pequeño puerto de Faversham. Debía ser muy conocida en su tiempo, puesto que todavía existe: cuenta que los dos hermanos se refugiaron en dicho puerto para huir de la persecución y que abrieron una zapatería en el extremo de la calle Preston, «cerca del Pozo de la Cruz». Un tal Mr. Southouse, que escribió alrededor del año 1670, dice que, en su época, «muchas personas extranjeras que practicaban el noble oficio de zapateros solían visitar el lugar», de suerte que la tradición debía ser conocida fuera de Inglaterra. En la parroquia de Santa María de la Caridad había un altar dedicado a san Crispín y san Crispiniano.
El ejemplo de estos santos muestra que se equivocan por completo los cristianos que se consideran dispensados de aspirar a la perfección a causa de la atención que exige el cuidado de la familia y del oficio. Si tales cristianos no alcanzan la perfección, se debe a su negligencia y debilidad. Muchas personas se han santificado trabajando en una finca o regenteando un comercio. San Pablo fabricaba tiendas, Crispín y Crispiniano eran zapateros, la Santísima Virgen se ocupaba del cuidado de su casa, el propio Jesús trabajaba con su padre adoptivo, y aun los monjes que se apartaban totalmente del mundo para dedicarse a la contemplación de las cosas divinas, tejían esteras y cestos, labraban la tierra o copiaban y empastaban libros. Todos los estados de vida ofrecen numerosas ocasiones de ejercitar las buenas obras y de santificarse.
Este día es el de la fiesta de San Crispin;
el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares,
se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha,
y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispin.
El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta,
invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispin».
Entonces se subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá:
«He recibido estas heridas el día de San Crispin.»
Los ancianos olvidan; empero el que lo haya olvidado todo,
se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día.
Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los nombres de sus parientes:
el rey Henry, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Glóucester
serán resucitados con copas rebosantes por su saludable y viviente recuerdo.
Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo
la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo,
el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército,
de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo
será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición,
y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra
se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí,
y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno
de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín.
(Shakespeare, «Enrique V», acto IV, esc. 3)
En Acta Sanctorum, oct., vol. XI, puede verse el relato del martirio de estos santos, con un comentario muy completo. La historicidad del martirio está garantizada por la mención del Hieronymianum en este día: «In Galiis civitate Sessionis Crispini et Crispiniani». Cf. Delehaye, Etude sur le légendier romain, pp. 126-129, 132-135; y CMH., pp. 337-338, 570-571; Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. ut, pp. 141-152.