La santa princesa Vereburga (o Wereburga) descendía de una familia de santos. Veneradas como tales, fueron, de hecho, su madre Ermenilda (Ermengilda), su tía Ercongota, su abuela materna, Sexburga, las hermanas de esta última, Eteldreda, Ethelburga y Vitburga, e incluso la hermanastra, Setrida (aunque no están en el martirologio romano). Eteldreda, Sexburga y Ermenilda se sucedieron en el cargo de abadesa de Ely y la tradición dice que después de ellas le llegó a Vereburga su turno de cubrir el prestigioso encargo.
Nacida en el 650 del rey de Mercia y de santa Ermenilda, en el año 675, a la muerte de su padre, Vereburga renunció a los fastos de la corte y se retiró a la abadía de Ely. El hermano del difunto, Etelredo, lo sucedió en el trono, e hizo volver a su sobrina para encomendarle un grupo de casas religiosas en los condados centrales de Inglaterra, con la tarea específica de introducir en ellos una más estricta observancia. Entre estos monasterios figuraba el de Weedon de Nothamptonshire -antigua residencia real que la santa transformó en un monasterio-, el de Trentham en Lincolnshire, donde murió, y Hanbury en Staffordshire, en el cual deseó ser enterrada. Las reliquias de Vereburga fueron trasladadas más tarde a Chester, muy probablemente para salvarlas de la profanación durante las invasiones danesas. Aquí su relicario, colocado en la catedral de la ciudad, se hizo una muy popular meta de peregrinación.
Santa Vereburga debe mucho de su popularidad a una leyenda romántica, según la cual la bella princesa rechazó los avances de no pocos pretendientes, a fin de preservar su consagración al Señor. A Werbod, su principal admirador, el rey le concedió a su hija en matrimonio, siempre que pudiera obtener el libre consentimiento de Vereburga. El pretendiente era pagano, y por tanto la reina Ermenilda y los demás hijos se opusieron a la posibilidad de esta unión, suscitando la ira del admirador. Los príncipes venían siendo educados en la fe por san Chad, obispo de Lichfield, que vivía en un bosque, por lo que les daba la oportunidad de enmascarar las visitas al obispo en expediciones de caza. Werbod denunció este hecho al rey, que no dudó en ordenar la muerte de san Chad. Sin embargo Werbod sufrió pronto una muerte miserable y el rey, consumido por el remordimiento, volvió a sus buenas relaciones con su santa consorte y con san Chad. Estos hechos dan coraje a Vereburga para sus propósitos y pide entonces permiso al padre para poder entrar en Ely.
Extractado y traducido para ETF de un artículo de Fabio Arduino.
Nota: también a esta santa -al igual que a otros, como a santa Amalberga, o como a Santo Domingo de la Calzada y la cuestión de la gallina asada, se le atribuye la leyenda de haber resucitado un pato cuando ya estaba cocinado, por lo que en las representaciones tradicionales aparece rodeada por estos animales.