María Goretti nació en 1890 en Corinaldo, pueblecito que dista unos cincuenta kilómetros de Ancona. Era hija del campesino Luis Goretti y de su esposa, Asunta Carlini. La familia se componía de seis hijos. En 1896, Luis Goretti se trasladó con su familia a Colle Giantruco, cerca de Galiano, y más tarde a Ferriere di Conca, no lejos de Nettuno, en la Campania Romana. Poco después de su llegada a esta última población, Luis Goretti enfermó de malaria y murió. Su esposa tuvo que encargarse del sostenimiento de la familia. La lucha por la vida era dura, de suerte que en la casa se contaba hasta el último céntimo. María, a la que se llamaba ordinariamente Marietta, era la más alegre y la más cariñosa con su madre.
Un cálido atardecer de julio de 1902, María se había sentado en lo alto de la escalera de la casa para remendar una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya toda una mujercita, pues en Italia las niñas se desarrollan más rápidamente que en los países nórdicos. Una carreta se detuvo delante de la puerta de la casa, y un joven de dieciocho años, llamado Alejandro, vecino de la familia Goretti, subió rápidamente las escaleras. Alejandro invitó a María a entrar en una de las habitaciones. No era la primera vez que esto sucedía, y María rechazó de nuevo la invitación. Entonces el joven la hizo entrar a empellones y cerró la puerta.
María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero, como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, a duras penas pudo musitar sus protestas y jurar que prefería morir antes que entregársele. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. María cayó por tierra pidiendo auxilio. Alejandro le clavó todavía una vez más el puñal en la espalda y huyó. La joven fue transportada al hospital en una ambulancia, pero su estado era desesperado. Las últimas horas de su vida fueron conmovedoras; recibió con ingenuidad de niña el santo viático; trató de persuadir a su madre de que descansase un poco y perdonó de todo corazón a su agresor. Confesó también que, desde hacía tiempo, tenía miedo de Alejandro, pero que no había dicho nada por no causar molestias a su familia. Su muerte tuvo lugar veinticuatro horas después de la agresión. La madre de la joven, una noble dama española, dos religiosas y el párroco de Nettuno, habían permanecido junto a la cabecera de su cama toda la noche.
Alejandro fue condenado a treinta años de prisión. Durante largo tiempo se mostró brutal y obstinado en no arrepentirse de su pecado. Pero una noche, tuvo un sueño en el que vio a María que recogía flores en un prado y venía n ofrecérselas. A partir de ese instante, cambió totalmente; se convirtió en un prisionero ejemplar, y fue indultado cuando había cumplido veintisiete años de su condena.
Entre tanto, la fama de María Goretti se había extendido por todo el mundo, y el pueblo cristiano empezó a tener noticias de la santidad de la vida que la joven había llevado antes de su muerte prematura. Se la invocaba ya como una santa, y su intercesión obró varios milagros. Por fin, se introdujo formalmente su causa de beatificación. María Goretti fue solemnemente beatificada por Pío XII el 27 de abril de 1947. El Sumo Pontífice salió al balcón del Vaticano, acompañado por la madre de María, que tenia entonces ochenta y dos años, y por dos de sus hermanas y uno de sus hermanos. Pío XII habló a los peregrinos, venidos de todo el mundo, comparando a la beata María con santa Inés y denunciando la obra de corrupción que en la juventud llevan a cabo el teatro, el cine y la moda. Según dijo el Pontífice, «en nuestros días se envía a las mujeres aun al servicio militar, y las consecuencias de esto son muy graves». Tres años después, el mismo Pío XII canonizó a María Goretti en la Plaza de San Pedro, ante la multitud más numerosa que se haya reunido hasta ese momento con motivo de una canonización. El asesino de la santa vivía aún.
El hecho de que una muerte sea injusta y violenta no basta para el martirio, aunque pudieran hacerlo creer así algunas de las canonizaciones «por aclamación popular» de los primeros tiempos de la Iglesia. Por ejemplo, es errónea la idea de que santa Juana de Arco fue mártir. En cambio, santa María Goretti es verdaderamente mártir, pues murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. Por otra parte, como lo dijo el cardenal Salotti, «la santidad de su vida ordinaria hubiera sido suficiente para elevarla al honor de los altares, aunque no hubiese sido mártir». El caso de María Goretti es único en la hagiología.
Su breve y conmovedora biografía apareció en todos los diarios del mundo con motivo de su beatificación. En Vari sacre, mayo-junio de 1951, p. 14 hay una serie de fotografías que ilustran la evolución iconográfica de esta santa. Lamentablemente no están en el sitio del Vaticano, ni transcriptas en Acta Apostolicae Sedis la homilía de SS Pío XII en la beatificación ni en la canonización, sin embargo, en AAS 39 (1947), pág 352ss. está copiada entera y en italiano la interesante alocución del Papa a los peregrinos al día siguiente de la beatificación. El cuadro reproducido es del artista Brovelli, pintado sobre la base de la imagen de la madre de María, ya que no existen fotos de la santa.