Magdalena nació en 1611 en Nishizaki, cerca de Nagasaki, en Japón, hija de los nobles y fervientes cristianos. Narran los manuscritos antiguos que era una joven grácil, delicada y hermosa. Sus padres y hermanos fueron condenados a muerte por su fe católica y fueron martirizados cuando ella era todavía muy joven.
En 1624 se encontró con dos agustinos recoletos, Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, que luego fueron también mártires y beatos. Atraída por la profunda espiritualidad de los dos misioneros, Magdalena se consagró a Dios como terciaria agustina recoleta. Desde entonces, su hábito era el religioso, su única preocupación la oración, la lectura de libros santos y el apostolado. Más tarde se cambia en terciaria dominicana. Los tiempos eran muy difíciles y la persecución que se desencadenó contra los cristianos se había convertido en cada vez más sistemática y cruel. Magdalena infundía valor a los cristianos, enseñaba el catecismo a los niños, y pedía limosna para los pobres a los comerciantes portugueses.
En 1629 se refugió en las montañas de Nagasaki, compartiendo los sufrimientos y las angustias de sus compatriotas perseguidos, animándoles a mantenerse fuertes en la fe, exhortándolos a volver al camino correcto cuando, vencidos por la tortura, habían negado a Cristo, visitando a los enfermos, bautizando a las los niños, llevando a todas palabras y gestos de consuelo.
Frente a la apostasía de muchos hermanos cristianos aterrorizados por las torturas a la que eran sometidos, y dispuesta a unirse eternamente a Cristo, Magdalena pensó en desafiar a los tiranos: Vestida con el hábito de terciaria, en septiembre de 1634 se presentó a los jueces, llevando consigo sólo un pequeño paquete lleno de libros santos para poder orar y meditar en la cárcel. Ni siquiera la promesa de un matrimonio ventajoso, ni la tortura fueron capaces de inclinar su firme voluntad.
A comienzos de octubre que fue llevada al suplicio de la horca y la fosa: suspendida por los pies, con la cabeza y el pecho sumergidos en un hoyo, cubierta de tablas para hacerle más difícil la respiración. La valiente joven resistió al tormento por trece días, invocando los nombres de Jesús y María y cantando alabanzas al Señor. La última noche un aguacero inundó la fosa y Magdalena murió ahogada. Era el 15 de octubre de 1634. Los tiranos quemaron su cuerpo y esparcieron sus cenizas en el mar para evitar la veneración de sus reliquias por los cristianos.
Para su elevación a los altares Magdalena fue agregada a un grupo de dieciséis mártires dominicanos de diversas nacionalidades, todos muertos en tierra japonesa, encabezados por Lorenzo Ruiz, el primer santo de origen filipino. El grupo fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 18 de febrero de 1981 en Manila, Filipinas, y canonizado en Roma por el mismo pontífice el 18 de octubre de 1987.
Si bien la conmemoración individual de Santa Magdalena de Nagasaki se inscribe en el Martirologio Romano en el aniversario de su martirio, la gran fiesta de este grupo de mártires está determinada por el calendario litúrgico para el 28 de septiembre.
Artículo firmado por Fabio Arduino y traducido del italiano en ETF.