La fiesta de Santa Lucía es celebrada en Occidente y Oriente el mismo día, 13 de diciembre, y su nombre figura en el canon romano de la misa («Canon I»). Sus actas legendarias carecen de valor histórico, pero han tenido tal difusión, que no deben dejarse de lado, ya que forman parte indisoluble de la iconografía y el culto. Según esa historia tradicional, Lucía nació de ricos y nobles padres hacia el año 283; su padre era de origen romano, pero su temprana muerte la dejó a cargo de su madre, cuyo nombre, Eutychia, parece indicar un origen griego. Como muchos de los primeros mártires, Lucía había consagrado su virginidad a Dios, y esperaba poder dedicar todos sus bienes materiales al servicio de los pobres. Sin embargo, no había obtenido autorización de su madre para hacerlo, e incluso había sido prometida a un joven pagano.
Sin embargo, Eutychia sufría de una hemorragia que no se le curaba, y Lucía la persuadió de emprender juntas una peregrinación a Catania, a unos 80 km de Siracusa, donde estaba la tumba de santa Ágata, virgen y mártir de la persecución de Decio, unos 50 años antes, en la que se obraban muchos milagros. La madre de Lucía resultó allí curada, y Lucía pudo persuadirla de que le permitiera realizar sus proyectos de consagración y caridad. Pero su prometido, despechado, la denunció a Pascasio, el gobernador de Sicilia, en el año 303, durante la feroz persecución de Diocleciano.
Primero fue condenada a ser entregada a la infamia en un prostíbulo, pero con la fuerza de Dios quedó inmóvil y los guardias no la pudieron llevar. Qusieron entonces quemarla, pero de nuevo Dios la salvó. Por último, fue condenada a a morir por la espada. Pero antes de morir predijo el castigo de Pascasio y el pronto fin de la persecución, añadiendo que Diocleciano no reinaría más, y Maximiano encontraría su fin. Así que, fortalecida por el Pan de Vida, ganó la corona de la virginidad y el martirio. Algunas variantes de la leyenda, muy posteriores a las Actas, añaden historias relativas a sus ojos, por ejemplo que les fueron arrancados, pero igual podía ver, o que ella misma se los quitó para darlos a una joven que envidiaba su belleza. Este tema pictórco-simbólico, que se refleja en la iconografía en la que Lucía suele llevar sus propios ojos en una bandeja, probablemente venga sugerido más por el significado del nombre («luminosa») que por detalles milagrosos de la historia.
El desarrollo de la historia es demasiado convencional y acomodado a un tipo de relato sobre los mártires que la fantasía popular reproducía casi automáticamente cuando carecía de datos sobre un santo. Sin embargo, si esto conviene al conjunto de la historia legendaria, la existencia de Lucía y su culto genuinamente antiguo están fuera de toda duda, y algunos detalles de la historia pueden ser aceptados:
-El lugar y el momento de su muerte no pueden ser cuestionados, ocurrieron en ese tiempo y lugar episodios de martirio constatables.
-Es notable la conexión con santa Ágata y la curación milagrosa de Eutychia, y es poco probable que haya sido introducida por un compilador piadoso que haya pretendido enlazar dos santos nacionales, ya que la historia se remonta a las Acta, probablemente originadas en el siglo quinto, una fecha temprana para suponer que ese enlace de historias se realizara artificialmente.
-No puede haber ninguna duda de la gran veneración que se muestra a santa Lucía en la iglesia primitiva: es una de las pocas mujeres santas cuyos nombres aparecen en el canon de San Gregorio, y hay oraciones especiales y antífonas para ella en su «Sacramental» y «Antifonario».
-En el cementerio de San Juan de Siracusa se descubrió una inscripción sobre santa Lucía, que data del siglo IV o de principios del V.
-Por una carta de San Gregorio Magno, sabemos que en su época se dedicaron a Santa Lucía varias iglesias en Roma.
San Aldelmo (muerto en 709) es el primer escritor que utiliza las Actas para realizar un relato completo de su vida y muerte, en prosa en el «Tractatus de laudibus virginitatis» (Tratado de las alabanzas de la virginidad) y de nuevo, en verso, en el poema «De Laudibus Virginum» (Alabanzas de las vírgenes). Tras él, Beda el Venerable inserta la historia en su martirologio.
Con respecto a sus reliquias, Sigeberto (1030-1112), monje de Gembloux, en su «Sermo de sancta Lucia», dice que el cuerpo permaneció intacto en Sicilia durante 400 años, antes que Faroaldo, duque de Spoleto, capturara la isla y trasladara el cuerpo de la santa a Corfinium, en la Italia continental. De allí fue llevada por el emperador Otón I a Metz, en 972, y depositada en la iglesia de San Vicente; desde allí un brazo de la santa fue trasladado al monasterio de Luitburg, en la diócesis de Spira, hecho celebrado por Sigeberto en sus versos.
La historia posterior de las reliquias no está clara. En su toma de Constantinopla de 1204, los franceses se encuentran algunas de las reliquias de la santa en esa ciudad, y el dux de Venecia las capturó para el monasterio de San Jorge en Venecia. En el año 1513 los venecianos regalaron a Luis XII de Francia la cabeza de la santa, que la depositó en la catedral de Bourges. Otro relato, sin embargo, afirma que la cabeza fue llevada a Bourges desde Roma, a donde había sido transferida cuando los restos descansaban en Corfinium. El culto se difundió muy rápidamente, y ya en el 384 san Orso le dedicaba una iglesia en Rávena, y poco después el papa Honorio I otra en Roma.
«Tractatus de laudibus virginitatis», en PL, LXXXIX, 142, poema «De Laudibus Virginum», PL, LXXXIX, 266, o bien en Monumenta Germaniae Historica, Auct. antiquiss., vol. xv (1919), pp. 293-294 (en prosa), y líneas 1779-1841 (en verso). Ver delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 647. La iconografía es amplísima, ver Künstle, Ikonographie, vol. II. El conjunto de la narración y la bibliografía se basan en lso respectivos artículos de Butler-Guinea, vol IV, pág. 549-550 y James Bridge, «St. Lucy», Catholic Encyclopedia (1910).
Imágenes:
Leandro Bassano: Lucía inmóvil por prodigio divino, no puede ser arrastrada a la infamia, 1596, Iglesia mayor de San Jorge, Venecia.
Giovanni Battista Salvi, "il Sassoferrato": Santa Lucía, Palazzo Chigi, Ariccia, mediados de S. XVII.
Quirizio da Murano: Historia de Santa Lucía, hacia 1470, Academia Concordi, Rovigo