Durante el siglo cuarto, la iglesia de Chipre tuvo entre sus jerarcas a dos hombres muy notables: san Espiridón y san Trifilo. El primero había sido un pastor de ovejas, en tanto que Trifilo, destinado por su familia a la profesión legal, había recibido una excelente educación en Beirut, en Siria. Era todavía muy joven cuando cambió de idea y se unió a san Espiridón, un hombre mucho mayor que él, como su discípulo y constante compañero. Juntos asistieron al Concilio de Sárdica, en 347, donde combatieron con ardor la herejía arriana. Se ignora en qué fecha se convirtió Trifilo en obispo de Nicosia, que en aquel momento se llamaba Leucosia.
Aparte de haber sido un hombre muy instruido, fue un elocuente predicador y, al parecer, también escribió mucho. San Jerónimo, al referirse a sus facultades de orador y escritor, le describe como «el más elocuente de su época y el más celebrado durante el reinado de Constancio». El mismo autor se refirió en otra parte a «Trifilo el de Creta, que de tal manera llenó sus escritos con las doctrinas y máximas de los filósofos, que no se sabe si admirar más su erudición secular o sus conocimentos de las Escrituras». A veces, el buen obispo se adentraba por los terrenos de la poesía y así registró los milagros de su maestro, san Espiridón, en versos yámbicos. Se cree que su muerte ocurrió en el año 370. La iglesia de la Hodigitria de Nicosia, venera todavía sus reliquias.
Véase el Acta Sanctorum, junio, vol. III, donde se imprimió un texto bastante extenso tomado de un antiguo MS. del Synaxario de Constantinopla. No han llegado hasta nosotros los escritos del santo.