A este contexto pertenece san Teodulfo, enviado por Carlomán, hermano de Pipino el Breve y mayordomo del palacio de Austrasia, quien realizó una importantísima labor de fundación de monasterios (entre ellos el de Fulda), apoyó activamente las reformas de san Bonifacio, y fue él mismo un reformador de las costumbres del clero.
San Teodulfo fue consagrado abad y obispo de Lobbes por orden de Carlomán a la muerte de san Erminio, es decir, hacia el año 737, y gobernó el monasterio por un largo período, hasta el 776, cuando reinaba ya Carlomagno, así que fue testigo del cambio de época, con los comienzos de la dinastía Carolingia.
Su fama de santidad y virtudes va unida a la de sus milagros. Un cronista del monasterio cuenta que -por esta fama de milagros- quisieron trasladar el cuerpo de san Teodulfo desde el monasterio hasta un pueblo, pero que el santo, una vez desplazado, no hizo ni un solo milagro, al punto que se lo regresó al monasterio, en el que volvió a curar a ciegos, cojos, mudos, y todos los aquejados con todo género de males y dolencias.
Ver Acta Sanctorum, junio IV, pág. 820, donde -a pesar del largo período al frente del monasterio- están los pocos textos que hacen mención del santo.