La historia de Sabino es bastante difícil de desembrollar, no sólo porque está recargada de leyendas, sino también porque hay otros dos santos del mismo nombre en el "Acta Sanctorum" el 9 de febrero y algunos puntos de sus vidas son tan semejantes, que parece que se han confundido. Uno de ellos fue un obispo que asistió a la consagración del santuario de San Miguel en el Monte Gárgano, en 493, y fue sepultado en Atripaldo, mientras que nuestro santo vivió después y su cuerpo fue enterrado en otro lugar. Nació en Canosa en Abulia [Canosa en Apulia (Canusium) es completamente diferente a Canóssa, no lejos de Parma, famosa en la vida del Papa San Gregorio VII]. Desde su juventud no aspiraba sino a las cosas de Dios, y no deseaba en absoluto el dinero, excepto como medio para ayudar a los pobres, cosa que hacía con suma generosidad. Llegó a ser obispo de Canosa, y tenía amistad con la mayoría de los hombres prominentes de su tiempo, incluyendo al mismo san Benito, quien parece que le predijo que Roma no sería destruida por Totila y los godos. El Papa san Agapito I lo envió a la corte del emperador Justiniano para apoyar al recién nombrado patriarca, san Menas, contra el hereje Anthimus y asistió al concilio que presidió Menas en el año 536. En su camino de regreso, pasó por Lycia, visitó la tumba de San Nicolás en Myra, donde se le mostró el santo en una visión.
En su ancianidad, Sabino perdió la vista, pero fue dotado de gran luz interior y del don de profecía. Se cuenta que Totila, deseando poner esto a prueba, persuadió al copero del obispo para que lo dejara ofrecerle la copa del brindis al santo ciego como si fuera uno de los servidores, pero no bien Sabino asió la copa exclamó, «Viva esa mano»; y desde entonces Totila y sus cortesanos lo consideraban como profeta. Otra ocasión en que demostró su poder de profecía fue cuando su arcediano Vindimus, que ansiaba obtener el obispado, deseando apresurar su muerte, indujo al copero a poner veneno en la copa del anciano. San Sabino dijo al joven, «Bébelo tú; yo sé lo que contiene». Entonces, cuando el copero retrocedió sobresaltado, el santo tomó la copa y la apuró diciendo: «Beberé esto, pero el instigador de este crimen nunca será obispo». El veneno no lo dañó en absoluto, pero el que había querido ser su sucesor murió en aquella misma hora en su casa, a 4 km. de distancia de allí. San Sabino murió a los cincuenta y dos años de edad, y su cuerpo fue trasladado posteriormente a Bari, donde parece que estuvo olvidado algún tiempo y fue redescubierto en 1901. En 1562, el altar de mármol bajo el cual estaban sus reliquias fue cubierto con plata y se grabó una inscripción en él, indicando los hechos más notables del santo.
Véase Acta Sanctorum, febrero, vol. II; los Dialogues de San Gregorio, vol. II, c. 15 y vol. III, c. 5; de Ughelli Coletus, Italia Sacra, vol. X, (1722), p. 37.