Pedro Ermengol nació en 1238 en Guardia de Prats, cercano a Montblanc (Tarragona), hijo de Arnaldo Ermengol, descendiente de la noble familia española de los condes de Urgell. De joven no fue un santo, todo lo contrario, con la soberbia e iracundia de su carácter, alimentó una vida de vicio y de incontrolable aventura; atrajo sobre sí el odio de sus conciudadanos de todas las clases, que se veían obligados a soportar su prepotencia y sus injurias. Llegó a ser jefe de un grupo de bandoleros, después de haber dejado casa y familia; huyó a los montes, sembrando el terror en el pueblo, y el peligro en las calles; unido a los otros bandidos, sus cómplices, fue un criminal de la peor especie.
Pero la gracia de Dios estaba próxima a manifestarse: en 1258 el rey Jaime I encargó al propio Arnaldo Ermengol acabar con el bandolerismo, que volvía inseguras las calles y hacía morir el comercio y las comunicaciones. Arnaldo se encontro frente a frente con la banda capitaneada por su hijo Pedro, que luego de este encuentro dramático, tocado por la gracia, se arrepintió de la vida que había llevado hasta ahora; se acercó a Guillermo de Bas -sucesor de san Pedro Nolasco, fundador de los Mercedarios-, se confesó y pidió consejo; Guillermo quedó convencido de su sinceridad y lo admitió en el noviciado de la Orden de la Merced en 1258.
Desde el primer día de su entrada, cambió su vida totalmente, demostrando así la sinceridad de la conversión; la crueldad se transformó en ferviente caridad, y los vicios en continua oración y dura penitencia. Le llegaron enseguida a asignar diversos en cargos, misiones y viajes entre los musulmanes, al efecto de rescatar esclavos y prisioneros, según la primera misión para la cual se había fundado la Orden de la Merced; se movió en principio en los reinos de Granada y Murcia, gobernados por musulmanes, y después directamente en Argelia, con una misión más difícil e imaginativa.
Consiguió en dos meses rescatar 346 esclavos que hizo repatriar; en Bugia rescató 119 cristianos con algunos de sus cohermanos que estaban prisioneros; trató, además, por 30.000 ducados, la liberación de 18 jóvenes cristianos que estaban por ser enviados al Islam; pero, faltándole esa suma, procuró ser aceptado tomando el lugar de los jóvenes, tal como estipula el cuarto voto especial de la Orden. Durante su prisión fue consuelo para los otros reclusos, obrando muchas conversiones, incluso entre los musulmanes. Las autoridades estaban molestas por esto, y visto el retraso en llegar los 30.000 ducados, lo consideraron un espía y lo condenaron a la horca.
La sentencia fue cumplida enseguida, y el cuerpo abandonado a los buitres; poco después llegó con el dinero del rescate el padre Guillermo Fiorentino, el cual, sabiendo de la ejecución, se acercó al lugar para darle sepultura; habían transcurrido seis días, pero Pedro Ermengol vivia todavía, y contó que había sido milagrosamente sostenido por la Virgen. Liberaron con el dinero que llevaban otros prisioneros, y los dos mercedarios volvieron a la patria, pero Pedro llevó siempre sobre su cuerpo la marca de aquellos trágicos y a la vez bellos acontecimientos: el rostro pálido y las vértebras del cuello dislocadas.
Los superiores lo enviaron al convento de la Orden que estaba en su pueblo natal, Guardia de Prats; así sus conciudadanos, que habían sido testigos de sus desmanes, pudieron también admirarlo por su santidad y penitencia. Enfermó gravemente, prediciendo la fecha de su muerte, que ocurrió el 27 de abril de 1304; ante los solemnes funerales fueron curados de sus enfermedades tres hombres y cuatro mujeres. Su biografía fue escrita y presentada como documento notarial, pocos días después de su muerte, y avalada por la firma de cinco cohermanos, entre los cuales estaba el padre Guillermo Fiorentino. El papa Inocencio XI, el 28 de marzo de 1686 aprobó su culto «inmemorial», y la fiesta fue fijada el 27 de abril, aniversario de su muerte.
Traducido para ETF de un artículo de Antonio Borrelli. En Acta Sanctorum, abril, III, se encuentra la narración de la Vita, tal como la resume correctamente este artículo de Borrelli. Thurston y Attwater, en cambio, autores de la revisión del Butler-Guinea, consideran esa documentación como insuficiente y difícil de aceptar; ver la nota crítica al final de la biografía de san Pedro Nolasco