«Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora es muy útil para ti y para mí» (Flm 11). Estas palabras de san Pablo aluden al nombre de Onésimo, que significa «provechoso». ¿Qué utilidad podría tener un esclavo que roba a su amo? como esclavo, Onésimo no era verdaderamente provechoso, recién cuando fue liberado por Cristo, llegó a ser en verdad un siervo provechoso.
San Pablo escribe esa carta a Filemón, la única privada del corpus paulino, exclusivamente para tratar con su discípulo ese punto: ahora que Onésimo ha recibido el bautismo y es libre en Cristo, Pablo pide a Filemón que no le aplique los rigores de la ley humana, ¡y que ni siquiera le pida a Filemón la restitución de la deuda que, al parecer, contrajo con su amo! Eso no significa que san Pablo le esté pidiendo a Filemón la manumisión del esclavo, sino sólo que establezca una nueva relación con él, una relación fundada en una nueva base: la fe. Y en ese punto es cuando la carta deja de ser privada y se vuelve un texto que significa para nosotros todo un modelo de cómo actuar ante leyes humanas que contradicen las bases mismas de la fe. Problema que es actual en cada época, porque no hay ni hubo ningún momento en la historia en que las leyes humanas estuvieran realmente adecuadas al ideal del Evangelio, que no es sino el Reino de Cristo.
La «receta» que propone Pablo no es empezar por reemplazar las leyes, ni siquiera por impugnar su legitimidad, sino superarlas en el obrar concreto de los creyentes, hacer que esas leyes sean inútiles. Así, por ejemplo, uno puede muy bien constatar que, aunque casi todos los países del que hoy denominamos «primer mundo» abolieron la esclavitud más o menos al mismo tiempo, aquellos en donde el tejido social cristiano era más firme, la esclavitud había, de hecho, desaparecido mucho antes de la realidad, aunque las leyes que la avalaban subsistieran.
De Onésimo no sabemos mucho más que esto, pero fue precisamente gracias a él que la Providencia nos prodigó en Pablo una reflexión tan profunda sobre tema tan delicado y necesario en todo tiempo. Se lo ha identificado también con el Onésimo que menciona la Carta a los Colosenses 4,9. Una tradición posterior hace de Onésimo el obispo de Éfeso, e incluso el compilador de los escritos paulinos. Como bien observa Butler: «El nombre de Onésimo era muy común, especialmente entre los esclavos, y existía una tendencia muy clara a identificar a cualquier Onésimo que se distinguía un poco, con el esclavo convertido por san Pablo».
Además de la breve y preciosa Carta a Filemón, puede ser útil leer algún comentario crítico, como el de Fitzmayer en el Comentario Bíblico San Jerónimo, vol. 4, o la introducción a la epístola en cualquier edición actual de la Biblia.