Nicolás von Flüe, «Bruder Klaus», ocupa un lugar privilegiado en la estimación de sus conciudadanos. Eclesiásticos, patriotas, políticos, historiadores y poetas de todos los credos han cantado sus alabanzas y puede asegurarse que ninguna figura religiosa en la historia de Suiza ha inspirado tan variada y voluminosa literatura. El santo nació cerca de Melchthal y de la hacienda de Flüeli, en el Sachsterberg, del que deriva su nombre. Su padre, Enrique, tenía un puesto civil en el servicio del Cantón. Su madre, Emma Robert, nativa de Wolfenschiessen, era una mujer profundamente religiosa, quien educó a sus dos hijos, Nicolás y Pedro, para que pertenecieran como ella a la hermandad de «amigos de Dios» (Gottesfreunde). Los miembros de esta sociedad, diseminados por Alemania, Suiza y Holanda, eran de ambos sexos y de cualquier clase social. Con una leal adhesión a la Iglesia católica, pretendían, mediante una estricta vida, así como una constante meditación de la Pasión del Señor, entrar en especial e íntima relación con Dios, como lo indica el nombre de la sociedad. Algunos de ellos vivían con sus familias, otros formaban comunidades pequeñas y unos cuantos se retiraban del mundo para llevar una vidá eremítica. Nicolás respondió especialmente a la formación recibida y su piedad, amor a la paz y sano criterio, fueron notables desde su infancia.
A la edad de veintidós años y a pesar de su disposición apacible, Nicolás luchó como soldado en la guerra con Zürich. Catorce años después, con ocasión de la ocupación de Thurgau, tomó de nuevo las armas, pero esta vez como capitán de una compañía. La alta estima en que se le tenía, fue la causa de que se le nombrara magistrado y juez, enviándosele varias veces como delegado a los concilios y asambleas de Obwalden, donde su penetrante sabiduría tuvo gran influencia. Repetidas veces le fue ofrecido un puesto más alto, el de «landamman», o gobernador, pero no pudo persuadírsele a aceptarlo. Se casó con una devota joven, llamada Dorothea Wissling y su matrimonio fue feliz. De sus diez hijos, Juan, el mayor, llegó a ser «landamman» todavía en vida de su padre y el más joven, estudió en la Universidad de Basilea y fue después, durante varios años, párroco de Sachseln. A lo largo de su vida matrimonial, Nicolás continuó las prácticas devotas de su juventud. Citaremos el testimonio de su hijo mayor: «Mi padre se retiraba a descansar al mismo tiempo que sus hijos y criados; pero cada noche lo veía yo levantarse y lo oía rezar en su cuarto hasta la madrugada. Con frecuencia iba, en el silencio de la noche, a la iglesia de San Nicolás o a otros lugares sagrados». Su hijo, al observarlo, se convenció de que tenía una vocación sobrenatural a la contemplación, puesto que tuvo visiones y revelaciones; acostumbraba retirarse a la soledad en el valle de Melch y, cuando tenía alrededor de cincuenta años se sintió irresistiblemente atraído a abandonar el mundo por completo y pasar el resto de sus días como ermitaño. Su esposa no se opuso, porque los «amigos de Dios», reconocían tales vocaciones como venidas de lo alto. Nicolás renunció a sus cargos, dejó a su mujer y a sus hijos en el otoño de 1467, y partió descalzo y descubierta la cabeza, enfundado en un hábito oscuro, llevando un rosario y su báculo. Su destino parece haber sido Estrasburgo en cuyas cercanías había un convento de los hermanos, con sede principal en AIsacia. Antes de cruzar la frontera, sin embargo, recibió hospitalidad de un campesino que resultó ser también «amigo de Dios». En el curso de la conversación, su huésped trató de disuadirlo de abandonar el país, asegurándole que los suizos eran mal vistos en AIsacia y dondequiera, por sus maneras ásperas, y que no encontraría el retiro tranquilo que buscaba. Aquella noche hubo una tremenda tormenta de rayos y, al mirar hacia el pequeño pueblo de Liechstall, allende la frontera, Nicolás lo vio, a la luz de los relámpagos, como si estuviera en llamas. Tomó esto como una señal que confirmaba el consejo del campesino e inmediatamente volvió sobre sus pasos. Una tarde, durante su viaje de retorno a casa, tendido bajo un árbol, fue presa de cólicos tan violentos, que pensó llegada su última hora: pasó el dolor, pero desde ese momento perdió todo deseo de comer o beber. Después de ese mismo otoño, unos cazadores que buscaban piezas en el Melchthal, disfundieron la noticia de que se habían encontrado con Nicolás, en su dehesa del Kluster, donde se había construido un refugio de ramas, bajo un alerce. Su hermano Pedro y otros amigos fueron a pedirle que no permaneciera allí, expuesto a morir, y lo convencieron a que se trasladara a Ranft, otra parte del valle, donde la gente de Obwalden pronto le construyó una pequeña celda con una capilla adjunta.
En este lugar, situado arriba de una estrecha garganta, cuya soledad era enfatizada por el rugido del torrente en el valle, san Nicolás, pasó diecinueve apacibles años. Durante las primeras doce horas del día estaba en oración y contemplación y por las tardes, entrevistaba a los que tomaban el camino de su ermita, buscando su consejo sobre asuntos espirituales o temporales. Dios le había dado el don de saber aconsejar, como se lo confió a su amigo Henry Inmground y continuó ejercitándolo como lo había hecho en el pasado. Los extranjeros también fueron atraídos por la fama de este hombre notable, que vivía sin comer ni beber. Nunca fue demasiado comunicativo, pero era particularmente avaro de sus palabras para aquellos que acudían a él por mera curiosidad. Así también, cuando alguien le preguntaba sobre las razones que tenía para abstenerse de alimento, solamente respondía: «Dios sabe». Que nadie le llevaba alimento, quedó probado por los magistrados del cantón, quienes, durante todo un mes, tuvieron vigilados todos los senderos de acceso a su celda. Los extraños sin ningún prejuicio, como el médico del archiduque Segismundo o los enviados por el emperador Federico II, quedaron satisfechos de la veracidad del informe y profundamente conmovidos por la sinceridad del ermitaño. Una vez al año, Nicolás tomaba parte en la gran procesión del Musegger, en Lucerna, pero de otra manera, sólo abandonaba su retiro para asistir a los oficios divinos y visitar ocasionalmente Einsiedeln. Los regalos de los fieles le permitieron, en sus últimos años, fundar una capilla para un sacerdote, comunicada con su propia capillita y así pudo asistir a misa diariamente y comulgar con frecuencia.
La Confederación Suiza acababa de pasar, en esa época, por la fase más gloriosa de su historia. En un período de seis años, en las tres batallas de Grandson, Morat y Nancy, los porfiados montañeses habían reconquistado su independencia y derrotado al hasta entonces invencible Carlos el Temerario, dueño de las dos Burgundias y de casi toda Bélgica; su reputación era tan grande, que todos los príncipes de Europa buscaban su alianza. La hora del más significativo triunfo, demostró ser la de mayor peligro, porque las disensiones internas amenazaban anular el éxito ganado con las armas. Hubo disputas sobre la división del botín entre el partido de los campesinos y los de la ciudad. Otro motivo de disputa fue el propósito de incluir Friburgo y Soleure (o Solothurn) en la Confederación. A la larga se llegó a un acuerdo sobre la mayoría de los puntos y fue incorporado en un documento conocido como Edicto de Stans. Sobre el asunto de la inclusión de Friburgo y Soleure, sin embargo, no podía llegarse a ningún acuerdo y la pasión llegó a tal extremo, que parecía que la cuestión iba a dirimirse por las armas. La asamblea se convirtió en un desordenado motín cuando el párroco de Stans sugirió que se pidiera la opinión final de Nicolás von Flüe. Los delegados consintieron y se resolvió buscar al ermitaño. La sugerencia no fue casual o inspirada repentinamente. Como sabemos por los protocolos del Concilio de Lucerna, aquella ciudad, que ocupaba una posición ambigua entre los dos partidos, en una de las primeras etapas de la lucha, había enviado delegados al hermano Nicolás para obtener un consejo y es muy probable que los otros distritos también lo hicieran así. Y aun se ha sugerido que el Edicto de Stans, un documento muy al estilo de los estadistas, pudo haber sido redactado en la celda del ermitaño. En cualquier caso, habla muy en favor de los delegados el hecho de que, al calor de su disputa, hubiesen aceptado someterle el asunto. El cronista Diebold Schilling, quien representaba a su padre en el concilio, nos cuenta que el sacerdote Imgriend, regresó a Stans sudando a mares y que, localizando a los delegados en sus domicilios, les rogó con lágrimas en los ojos, que se reunieran inmediatamente para escuchar el mensaje que sólo a ellos debía entregar. Schilling no recuerda las palabras de aquel mensaje, pero nos informa que, en una hora, el concilio llegó al acuerdo unánime. Friburgo y Soleure iban a ser admitidos en la Confederación Suiza, pero bajo ciertas condiciones que fueron aceptadas por ellos en la persona de Hans von Stall, delegado de Soleure. Esto aconteció el 22 de diciembre de 1481. Aquella Navidad hubo una especial alegría en toda Suiza y el Concilio de Stans expresó en términos laudatorios su gratitud a Nicolás por sus servicios. Existen todavía cartas de agradecimiento de los ciudadanos de Berna y Soleure al santo varón, así como una carta escrita en su nombre por su hijo Juan, agradeciendo a Berna el don que había otorgado a la Iglesia. (El no podía ni leer, ni escribir, pero usaba un sello especial como firma).
Varios de los visitantes del ermitaño han dejado relatos de sus entrevistas con él; es particularmente interesante el escrito por Albert von Bonstetten, decano del monasterio de Einsiedeln, que describe al recluso como un hombre alto, moreno y arrugado, con cabello delgado, entrecano y una corta barba; sus ojos eran brillantes, sus dientes blancos y bien conservados y su nariz bien formada. Añade: «Alaba y recomienda la obediencia y la paz. Así como exhortó a los confederados a mantenerla, de la misma manera exhorta a la paz a todo el que se llega a él». El decano lo tuvo en gran veneración, pero respecto a los dones proféticos atribuidos a Nicolás en algunos medios, dice cautelosamente que no se ha obtenido ninguna evidencia de ellos. Seis años después del concilio de Stans, Nicolás cayó presa de su última enfermedad, la que solamente duró ocho días, pero le causó un sufrimiento intenso. Lo soportó con resignación perfecta y murió tranquilamente, en su celda, el día en que cumplió setenta años. Inmediatamente después de que se conoció su muerte, fue honrado en toda Suiza como patriota y como santo, aunque hasta 1669 su culto no fue formalmente sancionado. Se le canonizó en 1947. Sus restos yacen en un sepulcro, bajo el altar de mármol negro que se levanta cerca de la entrada al coro, en la actual iglesia de Sachseln; el hábito con el que murió, se conserva en una vitrina, en el ábside. Las dos "Flüe Hauser" que hay en Flüeli, datan desde los días de san Nicolás y aunque han sido muy modernizadas, el cuarto en que habitaba permanece intacto.
En 1917 se celebró en toda Suiza, con notable entusiasmo, el quinto centenario del nacimiento de Bruder Klaus. Quizá el resultado más valioso del interés suscitado fue la publicación de una gran monografía histórica, escrita por Robert Durrer, un erudito con conocimientos inigualables sobre los archivos de su país. En estos dos volúmenes en cuarto, titulados Bruder Klaus con un total de mil trescientas cincuenta páginas, se encontrará todo el material disponible sobre la vida de Nicolás von Flüe. La colección incluye dos antiguos bocetos de la vida de Bruder Klaus, uno por Albrecht von Bonstetten, el otro por Heinrich von Gündelfinguen, ambos completados por una multitud de pruebas documentales, sacadas de los registros antiguos y de otras fuentes. Una biografía completa del siglo xix, es la de J. Ming, Des selige Bruder Nikolaus von Flüe y otras, desde entonces, han sido escritas por A. Baumberguer, F. X. G. Wetsel y J . T. de Belloc, en italiano por F. Andina (1945), y en francés por A. Andrey (1941) y C. Journel (1947). Véase también Acta Sanctorum, marzo, vol. III y el Kirchenlexikon, vol. ix, pp. 316-319.