Al historiar el desarrollo de la vida religiosa en la Iglesia, suelen los autores distinguir tres etapas. Al principio, los que se proponían observar los consejos evangélicos permanecían en el seno de la familia. Después, para obviar las dificultades que naturalmente tenían que encontrar viviendo entre los suyos en el mundo, buscaron la soledad en los desiertos, dando origen al anacoretismo. Finalmente, para lograr con más facilidad la perfección evangélica practicando la obediencia y, sobre todo, la caridad, se reunieron en cenobios o monasterios.
San Millán, nacido posiblemente en 473, firme en su propósito de entregarse totalmente al servicio divino, pasó por esos tres estados. Adoctrinado por el solitario de Bilibio, vuelve al lugar de su origen, a Suso. Pronto advierte que, novicio en las lides espirituales, le es de gran embarazo para avanzar en el camino de la perfección la multitud de gente que a él acudía. Deja, pues, a su familia y se interna en lo más fragoso y escondido del monte Distercio, viviendo cerca de cuarenta años privado de la compañía de los hombres y sometiendo su cuerpo a rigurosas penitencias. Ordenado sacerdote y libre, al poco tiempo, del cuidado pastoral, se retira a su domicilio de Suso y, ya de edad provecta y lleno de virtudes, recoge a hombres y mujeres que quieren tenerlo por guía espiritual. De este modo se va formando el monasterio de Suso.
Unos párrafos de la Vida brauliana de San Millán, breves pero expresivos, nos dan a entender que en los últimos años de su vida dirigía una comunidad de sagradas vírgenes y otra de monjes o religiosos. En el capítulo XXIII habla San Braulio de las mujeres que servían al Santo en su decrépita ancianidad, a las que llama «vírgenes sagradas», «vírgenes de Cristo» y «siervas de Dios», términos todos que indican ser personas consagradas al servicio divino. De ellas sólo conocemos el nombre de una, que se llamaba Potamia. En otro capítulo dice que San Millán, al acercarse la hora de su muerte, «llamó al santísimo presbítero Aselo, con quien vivía colegialmente» ; y al comenzar la biografía nos da los nombres de los sacerdotes Citonato, Sofronio y Geroncio, quienes, como testigos presenciales, le relataron fielmente la vida de su maestro. Aparece también en el capítulo XXII un ministro que era el despensero, pues estaba encargado de la guarda de las provisiones. Con éstos y acaso con otros que no se nombran estaba formada la comunidad de monjes, a todos los cuales, así como a las religiosas, presidía y gobernaba San Millán. Acaecida su muerte «fue llevado su cuerpo -según San Braulio- con mucho acompañamiento de religiosos (multo religiosorum obsequio), y depositado en su oratorio, en el que aún permanece».
Como en torno al sepulcro de San Millán seguían realizándose curaciones y hechos prodigiosos, los monjes de Suso enviaron a San Braulio una relación de tales prodigios, y el santo biógrafo -como lo advierte en la carta dedicatoria- los añadió al fin del libro. Son cuatro, y uno de ellos es el siguiente: «En el año próximo pasado, siendo la víspera de la festividad de San Julián mártir, como faltase el aceite para aderezar las luces, no pudo ser encendida la lámpara; más levantándose a las vigilias o maitines la hallaron tan llena de aceite y tan luciente que no sólo ardió hasta la mañana, sino que con la abundancia de lo que sobró el milagro produjo otros milagros».
Mucha razón tiene el P. Pérez de Urbel al decir que San Millán fue creador de uno de los centros monásticos más importantes de la edad media y fundador de su abadía.
Fragmentos de «San Millán, fundador», de Joaquín Peña O.A.R., en Páginas Emilianenses (pp.45-49), Monasterio de Yuso, San Millán de la Cogolla, 1980. Lo tomamos de un web donde se reproduce la larga -pero que vale la pena leer y recomendamos, hagiografía "Vida y milagros de San Millán", por San Braulio de Zaragoza, que es la fuente primera del conocimiento del santo. Gonzalo de Berceo, en su «Estoria De Sennor Sant Millan», traduce en romance el escrito latino de Braulio de Zaragoza, y puede leerse en el mismo web.
En la imagen: el obispo san Millán evangelizando Cantabria, fragmento en marfil del Arca-relicario de san Millán, en el monasterio de Suso.