Celebrábamos hace apenas dos días -el 16 de diciembre- a Ageo, profeta de la vuelta del Exilio, que inflamaba en nombre de Yahvé al pueblo para que cobrara ánimos y confiara en que la reconstrucción del templo vale la pena, es cosa de Dios. Dos días después en la celebración supone muchos años de diferencia entre un profeta y otro, y hoy el templo está reconstruido, la comunidad está en marcha, pero las cosas no son como se podía esperar: el ritual es mecánico, los creyentes no confían en Yahvé, ¿acaso no prospera más el injusto que el justo? ¿para qué gastar en ofrenda lo mejor del ganado? ¿acaso llega eso a Dios? En sólo dos días hemos pasado de celebrar en san Ageo la preparación de la fiesta, a celebrar en san Malaquías los residuos un poco marchitos del festín.
Efectivamente, no sabemos casi nada de este profeta (la verdad es que ni siquiera su nombre, como veremos luego), pero por algunas cosas que dice se puede situar casi con toda seguridad un poco antes del 460 aC, cuando el Templo ya está en marcha, el sacrificio y la liturgia han sido repuestos, pero no ha ocurrido aun ese nuevo impulso nacional que fue la reforma religiosa de Esdras y Nehemías, del 460. Lo llamamos «Malaquías» porque eso dice su primer versículo: «Oráculo. Palabra de Yahveh a Israel por ministerio de Malaquías», pero la realidad lingüística es que «malaquías» [mal'ajì] no es un nombre de persona atestiguado por ninguna otra fuente, es una palabra con significado, quiere decir «mi mensajero» o -si es corrupción de otra palabra, «malaquiyya»- «mensajero de Yahvé». Posiblemente el libro recopila la predicación oral de un profeta anónimo (de un estilo semejante a lo largo de sus tres capítulos, así que puede decirse que se trata de una sola persona), al que el compilador, faltándole un nombre, le puso este simbolico de «Mi mensajero», deduciéndolo seguramente de 3,1, versículo que a cualquier cristiano le es muy familiar: «He aquí que yo envío a mi mensajero [mal'ajì] a allanar el camino delante de mí...». Se trata del último de «Los Doce», esa colección bíblica que agrupaba doce libros proféticos, casi todos pequeños, y que la Biblia judía pone en uno solo, cerrando su segunda parte. Como nosotros solemos editar los libros del Antiguo Testamento colocando al final los profetas, resulta ser también -pero sólo en nuestras ediciones- el último libro del Antiguo Testamento.
La «arquitectura» de su mensaje salta enseguida a la vista, apenas comenzamos a leer: se trata de seis oráculos que contienen siempre:
-Una afirmación -o juicio divino- de algo en lo que el pueblo de Israel, o sus dirigentes, están obrando mal.
-La negación por parte de los afectados.
-lo que permite al profeta explicitar mejor, en nombre de Dios, el alcance del juicio.
-la promesa divina de una revelación mayor de Dios si el pueblo acepta el camino de Yahvé.
Sin embargo así dicho parece algo puramente esquemático; es más: el profeta conoce muy bien este «mecanismo» de la promesa que tantas veces hemos leído u oído: «al que obra bien, le irá bien, al que obra mal, le irá mal»; lo que tiene de especial y fuera de esquema la predicación de Malaquías es que lo que promete Yahvé si el pueblo se entusiasma de una buena vez con él, no es otra cosa que donarse él mismo por completo:
«Llevad el diezmo íntegro a la casa del tesoro, para que haya alimento en mi Casa; y ponedme así a prueba, dice Yahveh Sebaot, a ver si no os abro las compuertas del cielo y no vacío sobre vosotros la bendición hasta que ya no quede...», ¡vaciar sobre nosotros la bendición hasta que ya no quede! ¿se puede hablar de la presencia de Dios de una manera más poética, más sensible y conmovedora? Con razón este pequeño librito, cuyos temas son más o menos los que conocemos por otras predicaciones proféticas, caló especialmente hondo entre los primeros cristianos, y es citado varias veces en el Nuevo Testamento:
1,2: «amé a Jacob, y a Esaú aborrecí» --> Rm 9,13
2,10: la paternidad única de Dios --> Ef 4,6
2,15: argumentación contra el divorcio --> Mt 5,31ss
3,1: el envío del Precursor --> Mt 11,10
3,20: nos visitará el sol de justicia --> Lc 1,78
3,23-24: el regreso de Elías para «hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres» --> Lc 1,17, Mt 17,10ss.
Se ha dicho que el libro «dice muy poco a la imaginación» (Stuhlmüller), y es verdad: otros textos proféticos, cuando hablan de «las cosas últimas», los tiempos mesiánicos, llevan mucho más a imaginar. Sin embargo, precisamente en esa «carencia» está la fuerza escondida de esta obrita: nos hace meditar en el sentido último de todas aquellas imágenes que nos presentan los demás profetas: el fondo de la promesa no son los cielos abiertos, ángeles que bajan y suben, templos que brillan como el sol y ciudades que son templos, sino la presencia completa y radiante de Dios a cada uno de nosotros, en cada uno de nosotros, cuando ya no quede en el cielo bendición, porque esté toda entre nosotros.
Bibliografía:También para Malaquías hay una introducción breve pero útil en el prólogo a los Profetas Menores en Biblia de Jerusalén. Sigue siendo válida la seria y pertinente introducción desde el punto de vista de la crítica histórica del Comentario Bíblico «San Jerónimo», tomo II, págs 164ss. El libro de Malaquías puede leerse en la sección de Biblia de ETF en distintas versiones.