Santiago (es decir san Jacobo) fue desde muy antiguo una figura muy importante y venerada en el Oriente, donde casi todas las Iglesias celebran su fiesta y su nombre aparece en el Martirologio Jeronimiano. Hacia el año 308, el santo fue nombrado primer obispo de Nísibis, en la Mesopotamia (la actual Nusaybin, en Turquía), y su discípulo san Efrén habla de los importantes servicios que prestó a su diócesis, ya que erigió una gran basílica y es posible que inaugurase la famosa escuela teológica. Santiago asistió al Concilio de Nicea, en 325, y san Atanasio, el historiador Teodoreto y otros dieron testimonio de la entereza con que se opuso al arrianismo. El santo vivía aún cuando Sapor II, rey de Persia, atacó por primera vez a Nísibis, el año 338, pero existen muchas pruebas de que murió aquel mismo año.
Por su ciencia y escritos, sólo cede en gloria a san Efrén, entre los doctores de la Iglesia siria, y que también los armenios le honran como doctor; pero se ha demostrado ya que no fue el autor de muchos de los escritos que se le atribuían antiguamente. Su nombre aparece en el canon de la misa siria y de la misa maronita, así como en las letanías solemnes de la misa caldea.
Las investigaciones de los bolandistas datan de fecha muy reciente. El P. Paul Peeters, tras de un detenido examen crítico de las fuentes griegas y latinas y, sobre todo, de las sirias y armenias, ha demostrado que la tradición, a la que se atenía Butler, es totalmente fantástica. En efecto, dicha tradición estaba formada por elementos sacados de otras leyendas hágiográficas, sobre todo de la biografía siria de San Efrén. Es imposible dar aquí más detalles, pero puede verse el estudio del P. Peeters en Analecta Bollandiana, vol. xxxvut, (1920), pp. 285- 373. (I. I)TC., vol. viril, cc. 292-295.