San Yves, uno de los obispos más venerados del siglo XI, pertenecía a la orden de los Canónigos Regulares de San Agustín. Este obispo de Chartres nació en Beauvais e hizo sus estudios de teología en la abadía de Bec, bajo la dirección del célebre Lanfranco. Tras de ocupar una canonjía en Nesle, en Picardía, fue nombrado profesor de teología, derecho canónico y Sagrada Escritura. Más tarde, desempeñó el cargo de Superior durante catorce años. Promovió con tanto éxito la disciplina religiosa y la ciencia en su convento, que los príncipes y los obispos le pedían constantemente que enviase a algunos de sus canónigos como reformadores o fundadores de nuevos monasterios. San Botulfo adoptó las reglas de los monjes de Saint Quentin para el convento de Colchester, que fue el primero que los agustinos tuvieron en Inglaterra.
En el año de 1091, Godofredo, obispo de Chartres, fue depuesto por simonía y otros crímenes. El pueblo eligió a san Yves para sustituirle. El santo no quería abandonar su retiro, pero el papa Urbano II confirmó su elección. San Yves se dirigió entonces a Cápua, donde fue consagrado por el Papa, quien impidió que Riquerio, el arzobispo de Sens, entronizase de nuevo a Godofredo. Apenas acababa de instalarse en su sede, cuando tuvo que oponerse a los deseos de su soberano: el rey Felipe I, enamorado locamente de Bertrada, la esposa del conde de Anjou, decidió divorciarse de su esposa, Berta, de la que tenía dos hijos, y casarse con Bertrada. Yves hizo cuanto pudo por disuadir al monarca; pero, viendo que todos sus esfuerzos resultaban inútiles, declaró que con tal de no presenciar ese escándalo, estaba dispuesto a ser arrojado al mar con una piedra al cuello. El obispo de Senlis llevó a cabo el matrimonio, al que san Yves se negó a asistir. Para vengarse, el rey le encarceló, confiscó sus rentas y envió a sus soldados a saquear sus tierras. Pero, presionado por el Papa y otros altos personajes y por el pueblo de Chartres, el monarca tuvo que devolver la libertad al obispo. Por lo demás, el rey Felipe no podía ignorar que san Yves era un súbdito leal, ya que éste había denunciado desde la prisión una conspiración contra el soberano.
Algunos años después, san Yves trató de reconciliar al rey con la Santa Sede, y en 1104, el Concilio de Beaugency recomendó la absolución del monarca, cuya legítima esposa había muerto. Aunque tenía una gran devoción a la Santa Sede, san Yves mantuvo una actitud de independencia que le permitió actuar como mediador en la «lucha de las investiduras»1 y protestar abiertamente contra la codicia de ciertos legados romanos y la simonía de los miembros de la corte pontificia. San Yves murió el 23 de diciembre de 1116, después de haber gobernado su diócesis durante veintitrés años. Fue un escritor muy fecundo, y se conservan muchas de sus obras. La más famosa de ellas es una colección de decretos tomados de las cartas de los Papas, de los Concilios y de los cánones aceptados por los Padres. También se conservan veinticuatro sermones y 288 cartas, que arrojan luz sobre algunos puntos de historia y de disciplina eclesiástica. Aunque no ha llegado hasta nosotros ninguna biografía escrita por Ios contemporáneos del santo, sus cartas, su correspondencia y las crónicas de la época, ofrecen numerosos datos. Alguien tan hostil al catolicismo como Flaccus Illyricus, uno de los reformadores del grupo inicial de Lutero y Melanchton, incluye a san Yves como un «testigo de la verdad».
1: penosa etapa de la relación Iglesia-estado, llena de injusticias y desaciertos por ambas partes, en la que se discutió por unos 50 años los roles del imperio y el papado en el nombramiento de los obispos y en general en la provisión de los cargos eclesiásticos. Muchas de las soluciones adoptadas en esa lucha están en la base de las soluciones -pero también de los problemas- de la relación Iglesia-estado hasta la actualidad. Es un punto histórico en el que conviene adentrarse, y se lo puede encontrar en cualquier historia de la Iglesia.
Ver Acta Sanctorum, mayo, vol. v. En el siglo XX se ha estudiado mucho a san Yves, particularmente desde el punto de vista de su obra de canonista. Sobre este punto uno de los mejores estudios es el de Le Bras, Histoire des Collections Canoniques en Occídent, dépuís les Fausses Décrétales, etc., vol. II (1932), pp. 55-114. G. Morin (Revue Bénédictine, vol. LX, 1928, pp. 99-115) estudia la posición de san Yves acerca de la superioridad de la vida cenobítica sobre la solitaria. Véase también H. Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, tomo III, que comprende el período de san Yves y refiere en muchos casos a él. La Catholic Encyclopedia tiene un interesante artículo sobre el santo, que además está bien traducido en la versión castellana de Aciprensa.