En los antiguos martirologios españoles se ha dado un sitio prominente, entre los mártires de Córdoba, a san Isaac, un hombre que, a pesar de haber sido siempre un cristiano devoto, llegó a conocer tan a fondo la lengua y las costumbres de los árabes, que obtuvo un nombramiento como notario, bajo el gobierno de los moros. No ocupó el puesto largo tiempo, ya que lo abandonó para refugiarse en un monasterio donde vivió algunos años con su pariente, el abad Martín. Después sintió el deseo de regresar a la ciudad de Córdoba, con el propósito de retar a una discusión sobre religión, al jefe de los magistrados árabes. El reto fue aceptado, pero, en el curso del debate, un panegírico sobre Mahoma provocó la indignación de Isaac, quien comenzó a proferir improperios contra el falso profeta. Sus interlocutores, enfurecidos por los ultrajes, se precipitaron sobre Isaac y le detuvieron. Fue juzgado, torturado y condenado a muerte. Después de su ejecución, fue empalado, y los palos que le atravesaban el cuerpo fueron encajados en la tierra, sobre una altura a orillas del Guadalquivir, para exhibir el cadáver en una posición grotesca y siniestra.
Casi todo lo que sabemos sobre San Isaac, proviene del «Memoriale Sanctorum» de san Eulogio, quien fue conciudadano y contemporáneo del santo. Los bolandistas en el Acta Sanctorum, junio, vol. I, extrajeron todo lo que San Eulogio había registrado en relación con el mártir. Véase también a Sánchez de Feria en «Santos de Córdoba», vol. V, pp. 1-24; cf. F. Simonet, «Historia de los Mozárabes de España»; J. Pérez de Urbel, «San Eulogio de Córdoba» (1928).