Hermenegildo y su hermano Recaredo eran hijos de Leovigildo, rey de los visigodos de España, y de su primera esposa, Teodosia. Su padre los educó en la herejía arriana. Hermenegildo se casó, sin embargo, con una ferviente católica, Indegundis o Ingunda, hija del rey Sigberto de Austrasia; al ejemplo y oraciones de su mujer, así como a la predicación de san Leandro, arzobispo de Sevilla, debió Hermenegildo su conversión. Leovigildo se enfureció cuando supo que su hijo había hecho profesión pública de fe católica y le ordenó que renunciase a todas sus dignidades y posesiones. Pero Hermenegildo se negó a hacerlo y se rebeló contra su padre. Como los arrianos eran muy poderosos en la España visigótica, Hermenegildo envió a san Leandro a Constantinopla para pedir auxilio. La misión del arzobispo no tuvo éxito; entonces Hermenegildo pidió ayuda a los generales romanos que, al mando de un pequeño ejército, gobernaban todavía la estrecha faja de tierra de las costas del Mediterráneo que aun pertenecía al Imperio. Los generales romanos se llevaron a la esposa y al hijo de Hermenegildo como rehenes y le prometieron ayuda, pero no cumplieron sus promesas. Hermenegildo opuso resistencia en Sevilla, durante un año, a las tropas de su padre; al fin, tuvo que huir al territorio romano, donde descubrió que su padre había sobornado a sus aliados.
Desesperado de obtener ayuda de los hombres, entró en una iglesia y se refugió detrás del altar. Leovigildo no se atrevió a violar el santuario, pero mandó a su hijo Recaredo, que era todavía arriano, a ofrecer la reconciliación a Hermenegildo, con tal de que pidiese perdón a su padre. Hermenegildo aceptó y la reconciliación se llevó a cabo; según parece, fue sincera por ambas partes. Leovigildo devolvió a su primogénito muchas de sus antiguas dignidades; pero Gosvinda, la segunda esposa del rey, consiguió despertar nuevas sospechas contra Hermenegildo, quien fue encarcelado en Tarragona. Esta vez no se le acusaba de traición, sino de herejía; se le ofrecía la libertad a condición de que se retractase. Hermenegildo pidió fervorosamente a Dios que le fortaleciese en su combate por la fe, añadió mortificaciones voluntarias a sus sufrimientos y se vistió con un saco, como los penitentes.
En Pascua, su padre le envió a un obispo arriano, prometiéndole que le perdonaría con tal de que aceptase la comunión de manos del prelado. Al saber que Hermenegildo se había negado rotundamente, Leovigildo entró en uno de sus frecuentes paroxismos de cólera y mandó a la prisión a un pelotón de soldados con la orden de matar a su hijo. Hermenegildo recibió la noticia con gran resignación y murió instantáneamente de un solo golpe de mazo. San Gregorio el Grande atribuye a los méritos de san Hermenegildo la conversión cuatro alños después del martirio, de su hermano Recaredo y de toda la España visigótica. Leovigildo fue pronto presa de los remordimientos. Aunque nunca abjuró del arrianismo, en su lecho de muerte encomendó a su hijo Recaredo a san Leandro, con la esperanza de que éste le convertiría a la fe ortodoxa.
No podemos menos de condenar a Hermenegildo por haberse levantado en armas contra su padre; pero, como lo hace notar San Gregorio de Tours, expió abundantemente su pecado con sus sufrimientos y su heroica muerte. Otro Gregorio, el gran Pontífice, hizo notar que Hermenegildo recibió en el martirio la verdadera corona de los reyes. Se ha discutido violentamente el derecho de Hermenegildo a ser considerado como mártir. A pesar del relato de san Gregorio el Grande en sus Diálogos, otros escritores antiguos -entre los que se cuentan algunos españoles, como el abad de Valclara, Johannes Biclariensis, Isidoro de Sevilla y Pablo de Mérida- parecen decir que Hermenegildo fue pura y simplemente un rebelde y que por ello fue condenado a muerte. La comisión nombrada por Benedicto XIV para la reforma del calendario litúrgico recomendó que se suprimiese el nombre de san Hermenegildo; en la actualidad sólo es memoria litúrgica en España y algunos países de tradición hispánica.
Ver los Diálogos de san Gregorio el Grande, lib. III, C. 31; Florez, España Sagrada, vol. VI, p. 384. Puede verse un excelente resumen de la controversia sobre el martirio en A dictionary of Christian Biography, vol. II, pp. 921-924, que se basa en gran parte en un artículo de F. Görres en Zeitschrift f. his. Theologie, vol. I, 1873. El P. R. Rochel (Razón y Fe, particularmente vol. VII, 1903) respondió apasionadamente a los críticos de san Hermenegildo; pero el P. Albert Poncelet (Analecta Bollandiana, XXIII, 1904, pp. 360-361) demostró que la respuesta del P. Rochel era insuficiente en muchos puntos. P. Gams, en Kirchengeshcichte Spaniens, se sitúa en un punto de vista más moderno. Hay que decir que la mejor edición de la crónica de Johannes Biclariensis es la de Mommsen en Monumenta Germaniae Historica, Auctores Antiquissimi, vol. XI. Una traducción muy posterior dice que san Hermenegildo murió en Sevilla; pero Johannes Biclariensis, que era contemporáneo del santo, afirma expresamente que murió en Tarragona. Ver Analecta Bollandiana, vol. XXIII, p. 360.
Imagen: Francisco de Goya: San Hermenegildo en la cárcel, 1798/1800, Museo Lázaro Galdiano, Madrid.