N.ETF: en su afán de castellanizar los nombres propios, la edición española del Martirologio llega a veces al ridículo. En este caso el «Hermannus» latino (en alemán, Hermann) se transformó en un malsonante «Hermanno», cuando estaba a disposición tanto el español Armando (del que Hermann es una variante) como Germán, mucho más usual. En la hagiografía adoptaremos la forma Germán, que es la que trae el Butler castellano, y que parece la más correcta.
Uno de los místicos alemanes más interesantes de los siglos XII y XIII es el beato Germán José, no tanto por sus escritos como por sus visiones, que inspiraron más tarde a muchos poetas y pintores. Germán, para llamarle con su nombre de bautismo, nació en la ciudad de Colonia. Desde los siete años hasta su muerte, que ocurrió a muy avanzada edad, el beato estuvo en trato continuo con los espíritus celestiales. Ya desde muy niño, iba a arrodillarse en una iglesia ante la imagen de Nuestra Señora y conversaba familiarmente con la Virgen y el Niño. En una ocasión les ofreció una manzana y tuvo el gozo de ver que la Madre de Dios extendía la mano para tomarla. Se dice que varias veces fue trasladado al paraíso y jugó con el Niño Jesús y con los ángeles. Un día helado de invierno acudió a la iglesia sin zapatos, porque sus padres eran muy pobres; una voz, a lo que parece la de la Madre de Dios, le ordenó que levantase una piedra, y el niño encontró allí dinero para comprarse zapatos.
A los doce años de edad, Germán pidió ser admitido en el convento premonstratense de Steinfeld. Como era todavía muy joven para tomar el hábito, los superiores le enviaron a Frieslandia a estudiar en una de las casas de la orden. Allí estudió con gran ahínco, aunque deploraba el tiempo que debía consagrar a las letras profanas. El estudio le parecía inútil cuando no le llevaba directamente al conocimiento de Dios. Una vez terminados sus estudios, volvió a Steinfeld, donde hizo la profesión religiosa y fue destinado a servir a sus hermanos en el refectorio. Cumplía escrupulosamente con su oficio, pero sufría de tener tan poco tiempo para orar. La Madre de Dios se le apareció y le dijo que nada podía hacer más agradable a Dios que servir caritativamente a los otros. Más tarde fue nombrado sacristán, oficio que le gustaba mucho, ya que le permitía pasar gran parte del día en la iglesia. Era tan bueno e inocente, que sus hermanos empezaron a llamarle por broma «José». El beato declinaba modestamente ese sobrenombre, hasta que en una visión la Santísima Virgen le puso en el dedo un anillo de esponsales. Tal es la escena que representó Van Dyck en su célebre cuadro (que reproducimos).
No sabemos cuándo recibió Germán la ordenación sacerdotal; en todo caso, cada celebración del santo sacrificio constituía para él una explosión de misticismo. Con frecuencia era arrebatado en éxtasis. Como los arrobamientos se prolongaban cada vez más, era difícil encontrar quien quisiese ayudarle la misa. El beato se ganó el amor de sus hermanos por su solicitud. A pesar de sus visiones, tenía mucho sentido práctico y era un excelente mecánico; así pues, iba de convento en convento reparando los relojes. Se cuenta que compuso también cierto número de oraciones e himnos y uno o dos tratados místicos. Su tratado sobre el Cantar de los Cantares, que no ha llegado hasta nosotros, fue muy admirado. También compuso un himno en honor de santa Úrsula y sus compañeras, cuyas supuestas reliquias se conservaban en Colonia. El beato Germán trabajó mucho por propagar el culto de la santa. Pero probablemente los dos libros de revelaciones sobre la vida y la muerte de santa Ursula y sus compañeras, que se han atribuido al beato, se deben a la pluma de otro autor. Algunos historiadores sostienen que esos dos libros no son más que una parodia jocosa de mal gusto.
El beato Germán José no había sido nunca robusto, y sus ayunos y austeridades debilitaron todavía más su salud. Tenía frecuentes jaquecas y tan mala digestión, que apenas podía comer; era verdaderamente un esqueleto viviente. Sin embargo, al fin de su vida, Dios le concedió nueve años de mejoría, que el beato aprovechó para escribir. En 1241, sus superiores le enviaron a celebrar los oficios de Semana Santa y Pascua en el convento de religiosas cistercienses de Hoven; allí le sorprendió su última enfermedad. El proceso de canonización de Germán José no se llevó nunca al cabo, pero la Iglesia aprobó oficialmente su culto en 1958.
Felizmente existe una detallada biografía del beato, escrita por uno de sus contemporáneos, que fue tal vez prior de Steinfeld. Puede leerse, junto con otros documentos, en Acta Sanctorum, abril, vol. I. En épocas posteriores se hicieron varios resúmenes y adaptaciones de la biografía primitiva; el más notable es el de Raso Bonus Vicinus (Goetgebuer). La leyenda, tal como la presenta en alemán F. Kaulen, tiene un encanto sencillo que recuerda las Florecillas de San Francisco de Asís. Existen varias biografías modernas de tipo popular; en alemán la de Pösl; en francés las de Timmermans (1900) y la de Petit (1929). Se lo puede llamar santo o beato, teniendo sin embargo presente que no ha habido canonización formal.