Heliodoro, que era soldado, conoció a san Jerónimo en Aquilea hacia el año 372 y se hizo discípulo suyo. Se trasladó con san Jerónimo y otros compañeros al Oriente; pero no pudo retirarse con ellos al desierto, pues pensó que el deber le obligaba a volver a su patria. San Jerónimo le reprendió severamente por ello en una célebre carta que los primeros ascetas cristianos consideraban como una declaración de sus principios.
Poco después de su retorno a Aquilea, Heliodoro fue nombrado obispo de Altino, donde había nacido. La elección fue muy acertada, como lo prueba el hecho de que San Jerónimo, a raíz de la ordenación sacerdotal de Nepociano, escribió a éste una carta en la que le exhortaba a tomar por modelo de su sacerdocio a su tío Heliodoro. Como se ve, San Jerónimo no perdió nunca el aprecio que profesaba al discípulo que le había abandonado. Por su parte, san Heliodoro, junto con san Cromado de Aquilea, ayudó económicamente a san Jerónimo y le alentó en la empresa de traducir al latín la Biblia. San Jerónimo habla de la ayuda que le prestó san Heliodoro, en el prefacio a los libros de Salomón.
Ver Acta Sanctorum, julio, vol. I; pero la corta biografía latina que hay en dicha obra es de poco valor. La principal fuente son las cartas de san Jerónimo.