Félix fue una de las innumerables víctimas de la última de las grandes persecuciones del Imperio romano contra el cristianismo; y uno de los más ilustres mártires españoles inmolados por el furor del pretor Daciano, encargado de ejecutar la persecución en España.
En la vida de San Félix, el glorioso mártir gerundense, se mezclan profundamente la historia y la leyenda, hasta tal punto que se hace difícil descubrir su verdadera personalidad. Las actas de su martirio, junto con las de su compañero san Cucufate, fueron adulteradas por manos piadosas pero totalmente indiscretas, careciendo del valor histórico necesario para dibujar sobre ellas la silueta de nuestro biografiado. Nos será necesario, por consiguiente, con pocos datos intentar ver, tras lo que nos cuentan las fuentes, sólo destellos de lo que fue y de lo que hizo San Félix.
Él y su compañero de andanzas Cucufate, nacieron en el continente africano, en la región Scilitana, de familias acomodadas. En Cesarea marítima cursan sus estudios y tienen sus primeros contactos con los seguidores de Cristo. Las enseñanzas evangélicas hallan terreno abonado en el corazón noble, puro y generoso de los dos jóvenes, que deciden recibir el bautismo. Félix y Cucufate deciden abandonar su país, donde aún no ha llegado la orden imperial de exterminio, para ayudar a los cristianos de la Tarraconense a soportar la difícil prueba en que se hallan. Llenos de santo amor y simulando el oficio de mercaderes, pasan el Mediterráneo y llegan respectivamente a Ampurias y Barcino. Félix se traslada a Gerona, que será el centro de sus actividades heroicas.
En Gerona, Félix promueve tanta admiración entre el pueblo por su integridad de vida y por su ferviente caridad, que convierte muchos paganos. Pronto su presencia y actividad inquietan a las autoridades, que le llevan ante el tribunal del Pretor. Del tribunal pasa a la cárcel y después de recibir sentencia condenatoria, es sometido a los más atroces tormentos, de los que es varias veces liberado por intercesión angélica. Primero es víctima de diferentes torturas, después es atado a unos caballos y arrastrado por las principales calles de la ciudad. Curado milagrosamente, pasa nuevamente por diferentes pueblos y, trasladado a la playa de San Feliu de Guíxols, le echan al mar llevando atada una rueda de molino al cuello. Nuevamente es salvado por intercesión de unos espíritus evangélicos que suavemente le conducen a la playa. Por último, termina heroicamente su vida cuando es sometido al terrible suplicio de desgarrarle la carne con garfios de hierro. Esto ocurriría cerca del año 304.
Parece claro que San Félix no perteneció a la clerecía, ni desempeñó algún ministerio sagrado. Era un simple seglar que se convirtió en misionero. Su fervor era tan grande, que no dudó en abandonar su tierra natal, su familia y sus riquezas, para testimoniar su fe en Cristo, para ayudar a nuestros antepasados en la fe a permanecer fieles ante la persecución, incluso hasta entregar su vida y ser con ello simiente de nuevos cristianos. Pronto la fama de su martirio se extiende por toda la cristiandad, y cien años después el primer gran poeta cristiano, Prudencio, en su Peristephanon, el libro de los mártires, le citará diciendo:
La pequeña Gerona, rica en cuerpos santos,
mostrará los venerables restos de San Félix.