Antes que nada debemos despejar una cuestión histórica en tono a este santo: hay en el actual Portugal un sitio, la Sierra de Rates, que tuvo en la época de la que hablaremos, el siglo VI, un monasterio, cuyo abad, según algunos testimonios, se llamó Esteban. En latín, Stephanus Ratense (de Rates, Portugal), y Stephanus Reatense (de Rieti, Italia), se escriben y suenan tan parecido, que con el tiempo la referencia se confundió, de tal modo que en los martirologios de origen hispánico, o consideran que el abad del que habla san Gregorio Magno es portugués y no italiano, o duplican -como hace Tamayo Salazar- la entrada de este santo el 13 de febrero, e inscriben en este día a dos san Esteban: uno en Italia y otro en Portugal, con la dificultad de que la historia que hay para contar de uno y otro es la misma. Que no son dos, es algo seguro: sólo un santo "ratense" es venerado hoy, aquel del que habla san Gregorio Magno en sus «Diálogos», libro IV. El problema es saber con certeza a cuál de los dos alude, si al italiano o al portugués. Sin embargo esto parece fácil de despejar, ya que unos pocos capítulos antes de hablar de san Esteban de Rieti, Gregorio Magno habla de san Probo de Rieti (cap. 12), éste sí indudablemente obispo de la ciudad italiana, a quien luego menciona como testigo de los hechos que narra sobre el abad san Esteban en el capítulo 19.
Queda claro entonces que hablamos de san Esteban de Rieti, ciudad italiana cercana a Roma, donde florecía en el siglo VI un monasterio bajo la regla de san Benito. Fue gobernado por algunos años por el santo abad Esteban, de quien san Gregorio Magno hace un encendido elogio en sus homilías y diálogos. Lamentablemente, absolutamente todo lo que poseemos sobre él está en los textos del san Gregorio, que no dan mayores detalles sobre su nacimiento y vida. Nos dice el santo Papa que obtuvo estos testimonios de primera mano, ya que le contaron sobre el santo abad tanto san Probo de Rieti como otros hombres religiosos que conocieron personalmente al santo.
San Esteban no poseían bienes de este mundo, ni tampoco deseaba tenerlos, contentándose pacientemente con lo que la Providencia dispusiera para él. Un año había cosechado grano para alimentarse él y sus discípulos en el monasterio todo el año, pero un hombre malvado les incendió el granero. Los discípulos esperaban una reacción de parte del santo, sin embargo Esteban no estaba preocupado por lo que él había perdido de bienes, sino por cuánto había perdido de alma su agresor.
En sus homilía 35 nos cuenta Gregorio que san Esteban era "rústico de palabras pero docto de vida", y que le huía a poseer nada en este mundo, tanto como estimaba siempre a los demás más que a sí mismo, y tenía gran paciencia con todos, en especial con sus adversarios, a quienes estimaba como la mejor ayuda que Dios le enviaba para crecer en la virtud.
Su lecho de muerte estuvo rodeado de muchos que admiraban su vida, y cuando iba a expirar algunos de ellos vieron llegar a los ángeles para buscarlo, mientras que otros no veían nada; sin embargo, de todos se apoderó tal terror -tanto de los que veían como de los que no- que huyeron del lugar como un solo hombre, "para -reflexiona Gregorio- que ningún mortal estuviera presente en aquel momento".
Como queda dicho, la única fuente es san Gregorio Magno, su homilía 39 y sus Diálogos, Libro IV, cap. 19; los dos textos se encuentran recopilados en Acta Sanctorum, febrero II, pág. 674-75, donde se encuentra también la discusión sobre Rates o Rieti. El texto de los Diálogos en inglés puede leerse aquí.