San Crodegango nació cerca de Lieja y probablemente se educó en la abadía de Saint Trond. Parece que hablaba el latín con la misma fluidez que su propia lengua. Era de estatura imponente y su gracia y buenas maneras le hacían agradable a todos. Carlos Martel reconoció sus cualidades excepcionales y le nombró secretario y asesor suyo. A la muerte de su protector, Crodegango, que era todavía laico, fue nombrado obispo de Metz, el año 742. En tan alta dignidad, supo combinar la virtud y la sagacidad con gran éxito; en todos los asuntos se valió de su gran influencia para promover la justicia y el bien público. Sus biógrafos alaban su caridad sin límites y la especial solicitud que mostró por las viudas y los huérfanos. Como embajador de Pipino, el mayordomo de palacio, ante el Papa Esteban III, Crodegango fue un factor preponderante en la coronación de Pipino en el 754, la derrota que éste infligió a los Lombardos en Italia y en la entrega del exarcado de Ravenna y otros territorios a la Santa Sede.
Habiendo contribuido en esta forma a establecer, sobre una base firme, el Papado y la supremacía de los francos en Italia, san Crodegango pudo consagrarse de lleno a los asuntos espirituales de su diócesis. La relajación de las costumbres en aquella época no dejaba de afectar también al clero. Muchos clérigos estaban mezclados en asuntos mundanos y los jóvenes no recibían una preparación adecuada en materia de ciencia y disciplina. San Crodegango empezó la reforma por su propia ciudad y su catedral, publicando una serie de cánones, basados principalmente en las reglas de san Benito. Ordenó que tanto el alto como el bajo clero habitase en comunidad, ateniéndose a la regla, y obligó a todos a asistir al oficio divino. El código de san Crodegango, que ha llegado hasta nosotros, estaba dividido en treinta y cuatro capítulos. Las diversas comunidades estaban obligadas a leer, cada día, un capítulo; por ello, dichas reuniones recibieron el nombre de «capítulos» y, los participantes se empezaron a llamar «capitulares»; se llamó «canónigos» a todos aquellos a quienes obligaban los cánones o reglas episcopales; como los conventuales tenían sus propias reglas, se les llamó «regulares». La fama de san Crodegango hizo que su reforma se propagara rápidamente a otras diócesis, hasta llegar a oídos de Carlomagno. El emperador determinó que todos los clérigos fueran o «canónigos» o «regulares». De esta suerte, la influencia que tuvo el santo en el movimiento «regular» que se extendió por Francia, Alemania, Italia y la Gran Bretaña fue muy notable.
Otra de las actividades de san Crodegango fue la construcción y restauración de iglesias, monasterios e instituciones de caridad. Una de sus fundaciones fue la abadía de Gorze, por la que el santo tuvo especial predilección. El Papa le envió para sus monasterios los cuerpos de tres santos, con lo que se atrajo a muchos peregrinos. Otra muestra de favor que recibió de la Santa Sede fue el derecho de precedencia sobre los demás obispos francos. Algunos autores llegan a afirmar que el Papa le envió también el palio y casi todos están de acuerdo en que, bajo el gobierno de san Crodegango, la Iglesia de Metz fue la primera en las regiones del norte que adoptó la liturgia romana y el canto gregoriano en toda su pureza. La escuela coral que instituyó el santo llegó a ser muy famosa y, el año 805, Carlomagno ordenó que todos los maestros de coro se escogieran entre sus alumnos. La fama de la escuela de Metz duró varios siglos. Cuando los monjes del Císter decidieron perpetuar las mejores tradiciones corales, adoptaron el antifonario de la iglesia de Metz. San Crodegango murió el 6 de marzo de 766 y fue sepultado en Gorze.
No se puede considerar como fidedigna la biografía de San Crodegango atribuida a Juan de Gorze, que se halla en MGH., Scriptores, vol. X. Pero Pablo Warnefrido, De Episcopis Mettensibus (en Scriptores, vol. II de la misma serie) y otros cronistas nos han dejado informaciones bastante completas sobre las actividades del santo. La mejor edición del texto de las reglas de san Crodegango para sus canónigos es la de Wilhelm Schmitz, S. Chrodengangi Regula cononicorum mit Umschrift der Tironischen Noten (1889). Ver también el estudio del Dr. H. Reumont en Festschrift für Georg von Hertling (1913), pp. 202-215; Acta Sanctorum, marzo, vol. I; A. Hauck, Kirchengeschichte Deutschlands, vol. II, p. 62-68; DCB., vol. I, pp. 498-503; y J. C. Dickinson, The Origin of the Austin Canons (1950). pp. 16-20.