La diócesis de Comminges fue independiente durante casi mil años, antes de fundirse con la de Toulouse. Varios de los obispos que la gobernaron han pasado a la historia, pero ninguno es tan famoso como san Beltrán, cuyo episcopado duró cincuenta años, entre los siglos XI y XII. En su juventud, Beltrán no pensaba más que en llegar a ser un señor feudal que infundiese tanto respeto como su padre. Pero después abrazó la carrera eclesiástica, recibió una canonjía en Toulouse y llegó a ser archidiácono de la diócesis. Los cronistas observan que el santo no solicitó esas dignidades, ni mucho menos las compró. Hacia 1075, fue elegido obispo de Comminges. Una vez que reconstruyó las fortalezas espirituales y materiales de su ciudad episcopal, se dedicó a reformar toda su diócesis. Vivía con sus canónigos bajo la regla de San Agustín y era un verdadero modelo para su clero, aunque su celo le llevaba a ciertas exageraciones. En cierta ocasión, cuando fue a predicar en Val d'Azun, el pueblo le acogió muy mal y tuvo que emplear todo su tacto para calmar a los habitantes. Más tarde, el pueblo se arrepintió de haber tratado mal a su obispo y prometió regalar cada año a la sede de Comminges toda la mantequilla que se fabricase en Val d'Azun durante la semana anterior a Pentecostés. El pueblo cumplió su promesa, aunque no siempre de buena gana, hasta que estalló la Revolución Francesa. San Beltrán tuvo que hacer frente más de una vez a la violencia, aun fuera de su propio territorio. El año de 1100, cuando el santo se hallaba en el sínodo de Poitiers, los padres conciliares excomulgaron al rey Felipe I y fueron apedreados por la chusma. Cuando san Beltrán consagró el cementerio de Santa María de Auch, los monjes de Saint-Orens trataron de incendiar la iglesia.
Se cuentan muchos milagros obrados por el santo. Uno de ellos dio origen al «Gran Perdón», un jubileo de la catedral de Comminges. En el curso de un pleito entre los condes de Comminges y de Bigorre, las tropas de Sans Parra de Oltia saquearon la diócesis de san Beltrán y se llevaron todo el ganado que pudieron. Para salvar a su pueblo de la ruina, san Beltrán imploró a Sans Parra que devolviese el botín, pero éste sólo aceptó venderlo. «Perfectamente -dijo san Beltrán-, devolved el botín y yo os pagaré antes de vuestra muerte». Poco después murió san Beltrán, y Sans Parra fue capturado por los moros en España. Una noche, mientras se hallaba en el calabozo, soñó que san Beltrán le decía que venía a cumplir su promesa y que le conducía a un sitio próximo a su casa. Al despertar se halló efectivamente en ese lugar. En Comminges se celebra este milagro el 2 de mayo de cada año. El Papa Clemente V, quien había sido obispo de Comminges, concedió indulgencia plenaria a quienes visitasen la catedral de San Beltrán los años en que la fiesta de la Invención de la Santa Cruz cae en viernes. San Beltrán fue canonizado poco antes de 1309, probablemente por el Papa Honorio III.
En Acta Sanctorum, oct., vol. VII, pte. 2, hay una biografía que se atribuye a Vital, un notario de Auch, contemporáneo del santo. Véase también P. Bedin, St. Bertrand de Comminges (1912).