Este gran abad fue uno de los tres hombres jóvenes (los otros dos fueron san Momolino y san Bertrand) naturales del país de Coutances, enviados desde la abadía de Luxeuil para ayudar a san Omer (Audomarus), cuando fue consagrado obispo de Thérouanne, centro de la comarca semi-pagana de los morini, en lo que ahora se conoce con el nombre de Pas-de-Calais. Ya desde antes, los morini habían recibido la semilla de la fe cristiana, aunque de una manera superficial e imperfecta, pero además, el campo había quedado abandonado durante casi un siglo, y ya no quedaba prácticamente nada de las primeras enseñanzas. Enormes fueron, pues, las fatigas, crueles las persecuciones y terribles los sufrimientos que aquellos santos hombres padecieron para arrancar de raíz el vicio y la idolatría y plantar la civilización en medio de aquel pueblo que, en realidad, era bárbaro; pero los misioneros, celosos e infatigables en palabra y obra, recogieron, a su debido tiempo, una abundante cosecha.
Los tres monjes edificaron su primer monasterio, una simple casa pequeña, sobre una colina baja a orillas del río Aa, donde ahora se encuentra la población de San Momolino. Aquella casa, con algunos agregados, se conoció posteriormente como el «Viejo Monasterio». Como el lugar era muy estrecho, una faja de terreno entre el río y los pantanos, pronto resultó insuficiente para dar cabida al gran número de aspirantes. Entonces, un convertido que se llamaba Ardwaldo, dio a san Omer algunas tierras, a unos siete kilómetros de distancia, pertenecientes al territorio de Sithiu, que el santo, a su vez, entregó a los misioneros con instrucciones para que evangelizaran la comarca vecina, la colonizaran y fundaran ahí un nuevo monasterio como centro de sus actividades. San Momolino quedó como abad en el «Viejo Monasterio» y, posteriormente, se trasladó al nuevo, en Sithiu. Pero a la muerte de san Gil, obispo de Noyon, Momolino fue elegido para ocupar la sede (alrededor del año 661) y san Bertino, a quien originalmente se había elegido para gobernar el primer establecimiento -aunque él rehusó el cargo porque era el más joven de los tres- fue nombrado abad de Sithiu.
Bajo su gobierno, la reputación de aquel monasterio (dedicado, primero, a San Pedro, y llamado después San Bertino) creció de tal manera, que llegó a igualar la fama del de Luxeuil. En un principio, las actividades del claustro avanzaron a la par con las obras de evangelización y civilización de los morini y su país, de manera que la abadía fue una agencia civilizadora de primer urden, característica de la actividad monástica en el occidente de Europa. Es probable que durante la vida de Bertino aquellos monjes siguiesen las reglas de San Columbano, a pesar de que al abad se le cuenta entre los santos benedictinos. La comarca misma ofrecía un aspecto triste y desalentador; aun hoy en día la costa yerma, baja, llena de dunas pantanosas, ofrece un panorama desolador y, hace mil doscientos años, debió ser aterradora. Los monjes tenían que bogar en un bote para trasladarse de la abadía de Vieux Moutier a la de Sithiu, y no es de extrañar que el emblema de las imágenes de san Bertino sea un botecillo a remos. Aquella población anfibia, medio salvaje y de dura cerviz, recibió de san Bertino y sus compañeros las nociones del Evangelio, las luces de los conocimientos y el espíritu de empresa y de energía que seca las tierras pantanosas y levanta diques sólidos, ciudades enormes y pueblos cristianos. Si bien es cierto que tuvo amargos contratiempos y desilusiones, a fin de cuentas, san Bertino experimentó la dicha y el consuelo de ver florecer en su monasterio muchos ilustres ejemplos de penitencia y santidad. En el año 663, san Bertino y san Omer construyeron una iglesia dedicada a la Virgen María, sobre una colina cercana a Sithiu, que más tarde fue la catedral en la diócesis de San Omer. Después, Bertino consiguió algunas tierras en la región de Wormhout, cerca de Dunquerque, y fundó ahí otra casa que puso al cargo de san Winnoc, quien, con otros tres bretones, se había unido a la comunidad de Sithiu. Se ignora la fecha exacta en que murió san Bertino, pero se sabe que vivió hasta una edad muy avanzada. Sus restos fueron sepultados en la capilla de San Martín, en Sithiu.
En el quinto volumen de Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Morovingi, W. Levinson discute muy cabalmente la importancia y la fecha de las diversas biografías de san Bertino. La más antigua (principios del siglo IX) es indudablemente una parte de la obra que comprende tres biografías: la de san Bertino, la de san Omer y la de san Winnoc. Las diversas fuentes de información sobre el santo abad, su vida y su culto, se hallan coleccionadas en Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 763 y de 1290-1298. Los textos más importantes se hallan impresos en Acta Sanctorum, sept. vol. II, con su correspondiente introducción. Véase a van den Essen en Analecta pour servir a l'hist. ecclés. de Belgique, vol. XXXV (1905), pp. 6-23. Las representaciones de san Bertino en el arte, han sido tratadas por Künstle en Ikonographie, vol. II, pp. 134-135. En la imagen: ruinas del monasterio de St Omer, con una estatua de san Bertino al frente.