Beatenberg, pueblecito a orillas del lago de Thun, toma su nombre de san Beato. Era éste un ermitaño de época muy remota, el cual, según la tradición, vivió y murió allí hacia el año 112. Más tarde, se inventó toda una leyenda sobre él. Según esa fábula, fue bautizado en Inglaterra por el Apóstol San Bernabé; San Pedro le ordenó sacerdote en Roma y le envió a predicar en Suiza. La cueva en que vivió, donde había matado a un dragón, se convirtió en sitio de peregrinación hasta que la cerraron los discípulos de Zwinglio. Entonces se trasladó el centro de su culto a Lungern, en Oberwalden, donde san Pedro Canisio trabajó mucho por reavivarlo y propagarlo. Sin embargo, las investigaciones modernas han demostrado que la tradición de que san Beato evangelizó Suiza data de una época tardía, pues no hay huellas de ella antes del siglo XI.
Pero a quien en realidad celebramos hoy es a un homónimo, que con frecuencia se confunde con aquel otro, quien evangelizó primero en las riberas del Garona, y después en Vendóme y en Nantes. Este otro san Beato, que vivió a fines del siglo III, tiene más garantías de veracidad histórica, ya que el Hieronymianum Ie menciona en este día y en su leyenda se basan los principales hechos que se atribuyen al san Beato de Suiza.
Ambas leyendas se encuentran en Acta Sanctorum, mayo, vol. II. El culto del san Beato de Suiza todavía subsiste actualmente, y sus compatriotas le consideran más o menos como patrono de la nación. Sobre las relaciones de estos dos ermitaños ver Analecta Bollandiana, vol. XXVI (1907), pp. 423-453; 0. Scheiwiller, en Zeitschrift f. Schweitzer Kirchengeschichte, vol. V (1911), pp. 21-52. Sobre los aspectos folklóricos ver Báchtold-Stáubli, Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. I, pp. 964-966.