De acuerdo con la leyenda oriental, Antonino era un tallador de piedra sirio que con un extraordinario desinterés reconvino a los idólatras de su ciudad natal por adorar imágenes de piedra. Después de aquel acto impetuoso, salió apresuradamente de la ciudad y se refugió en la celda de un ermitaño con el que vivió durante dos años. Entonces decidió regresar a la ciudad y tuvo el desconsuelo de advertir que los habitantes aún rendían culto a los falsos dioses, por lo cual adoptó una actitud más enérgica todavía: entró a los templos y arrojó por tierra a los ídolos. Después, huyó más que de prisa de la ciudad y se refugió en Apamea. Allí, el obispo le dio instrucciones para que construyera una iglesia, a lo que accedió Antonino. Pero, apenas comenzada la obra, los paganos se enfurecieron a tal punto que, tras de organizar un tumulto para acabar con la construcción, asesinaron a Antonino, que ni siquiera trató de defenderse. El santo no tenía más de veinte años de edad.
Se tiene entendido que este Antonino mártir es el que figura en el Martirologio Romano como sacrificado en Pamiers, donde existen leyendas locales sobre él. Algunas de sus supuestas reliquias fueron trasladadas a Palencia, España, ciudad ésta de la que el santo es patrono y que tiene su propia versión sobre la leyenda de Pamiers, en la que el santo es, además, diácono (lo que explica muchas de sus representaciones iconográficas). El nombre de san Antonino se asocia con los de san Almaquio y san Juan, de quienes se supone que sufrieron con él. También hay otro error en relación con Capua, donde se venera, el 3 de Septiembre, a un «niño san Antonino» junto con san Aristeo. A raíz de la mención de este mártir en el martirologio más antiguo de cuantos se conocen, el Hieronymianum, surgieron grandes confusiones.
Delehaye (Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 484-486) señala que, sin duda, hubo un auténtico culto al Antonino de Apamea, que es mencionado por Teodoreto, entre otros. Al mártir se le honra, sin embargo, en los sinaxarios griegos, el 9 de noviembre. Véase también a Fr. Delehaye, Saints et Reliquaires de Apamée, en Analecta Bollandiana, vol. III (1935), pp. 225 y ss.