En su juventud, san Ansfrido se distinguió en la lucha contra los bandoleros y los piratas, lo que le valió el favor de los emperadores Otón III y Enrique II. San Ansfrido era duque de Brabante. Cuando la sede de Utrecht quedó vacante, a la muerte del obispo Balduino, el emperador propuso que Ansfrido le sucediese; a pesar de que se opuso con todas sus fuerzas, el santo fue consagrado obispo el año 994. Fundó un convento de religiosas en Thorn, cerca de Roermond, y la abadía de Hohorst o Heiligenberg, a la que se retiró al quedarse ciego. Allí mismo murió.
Cierto número de habitantes de Utrecht asistieron a los funerales; aprovechando un momento en que todo el pueblo se hallaba apagando un incendio, tal vez provocado por ellos, los visitantes se apoderaron de los restos de san Ansfrido y los llevaron a Utrecht. Cuando los monjes de Heiligen cayeron en la cuenta, se dispusieron a perseguir violentamente a los autores del robo; pero la abadesa de Thorn consiguió, con sus oraciones, evitar el derramamiento de sangre. San Ansfrido fue sepultado en la catedral de Utrecht.
Lo que el Acta Sanctorum, mayo, vol. I, presenta como un fragmento de la vida de san Ansfrido, es en realidad un extracto del «De diversitate temporum» del monje benedictino Alberto de Saint Symphorian, de Metz. Alberto, contemporáneo de san Ansfrido, escribió su tratado en 1022; aunque no da muchos datos, su relato es sustancialmente verídico.
Imagen: la consagración de Ansfrido por el Arzobispo de Colonia, detalle de una vidriera en la catedral de San Juan, en Países Bajos.