Vivaldo (nombre que es variante de Ubaldo), ermitaño en Toscana, nació en San Geminiano a mediados del siglo XIII. Provenía de la noble familia de los Stricchi, en el seno de la cual, según afirma el historiador Fray Mariano de Florencia, Vivaldo creció piadoso y devoto. Tuvo la alegría de encontrarse con un sacerdote ejemplar, Bartolo de San Geminiano, del cual se haría cariñoso discípulo y habría de imitar sus heroicas virtudes. Bartolo tenía 52 años cuando, en 1280 fue atacado de la lepra. Debió renunciar a la parroquia y hacerse recluir en el lazareto de Cellole, cerca de San Geminiano.
Vivaldo decidió acompañar a su maestro a la hora de la prueba para servirle de ayuda, de consuelo y para asistirlo en la enfermedad. Así comenzó un apostolado caritativo no sólo para el santo sacerdote, sino también para los demás leprosos. El heroico enfermero con admirable fe, en el lugar de miseria y dolor del leprocomio, se convirtió en ángel del consuelo, dedicándose con gran consagración a la asistencia del santo maestro y de los otros enfermos. Durante 20 años el discípulo estuvo al lado del maestro con filial cuidado y devoción. A los 72 años de edad Bartolo voló al cielo destrozado por los dolores.
Vivaldo maduró entonces su designio de retirarse al eremitorio de Boscotondo de Camporena. Tomó el hábito de Terciario franciscano y se dirigió a la soledad. De ahí en adelante el mundo no lo verá más y será olvidado de todos. Pasarán otros 20 años y la muerte le revelará la nueva vida, inmutable e inmortal, colmada de gloria y de luz. Emulará el heroísmo de un san Antonio Abad y de un san Pablo ermitaño: vigilias prolongadas, alimento escaso, un poco de pan y hierbas, una pobre túnica franciscana, maceraciones y plegarias, son la síntesis de su vida, una vida de inmolación y de expiación por los pecados de la humanidad.
Su muerte fue plácida y serena. Consumido por las penitencias, exhaló serenamente su espíritu. En la tierra quedó como precioso regalo y fuente de gracias: su cuerpo. Era el año 1320 y él contaba 70 años de edad. A su muerte las campanas de Montaione sonaron a fiesta. En devoto cortejo, cantando himnos y salmos al son gozoso de las campanas, los habitantes de la región se dirigieron al eremitorio donde encontraron el cuerpo exánime del ermitaño con las manos en actitud orante apretando el crucifijo. Fue transportado en hombros a Montaione entre himnos e invocaciones. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del lugar y venerado con culto público por los habitantes de Montaione y alrededores. Alrededor de su eremitorio en el siglo XVI los Hermanos Menores construyeron un convento. Aprobó su culto San Pío X el 13 de febrero de 1908.