Había nacIdo en Skelmerg, Junto a Kendal, Inglaterra, el año 1620, hijo de un hombre que había luchado y muerto por Carlos I cuando la guerra civil que precedió al destronamiento y ejecución del monarca. Decidido, cuando tenía cuarenta años, por la vida religiosa, marchó a douai, en cuyo convento benedictino de San Gregorio profesó la Regla de San Benito en calidad de hermano.
Habiendo casado el rey Carlos II con la princesa católica Catalina de Braganza, se le permitió a ésta tener en palacio una pequeña capilla de su religión, de cuya atención litúrgica estaba encargada una pequeña comunidad de monjes benedictinos, a la que fue destinado en 1665 nuestro futuro mártir. Aquí estuvo cumpliendo por años sus deberes asignados, y cuando en 1675 fueron despedidos los monjes, el hermano Tomás fue autorizado a quedarse, yendo a vivir en una casa, propiedad de Juan Grove, donde, además, residían tres religiosos jesuitas. Tuvo lugar seguidamente la acusación de haberse organizado un complot -conocido como de Titus Oates, por el denunciante-, para asesinar al rey, y el delator dijo que Pickering y Grove eran los encargados de materializar el asesinato, siendo cómplices los otros. Pese a la falta total de pruebas, fueron llevados a juicio y condenados a muerte por conspiración.
Se fijó el 9 de mayo de 1679 para su muerte. Mientras iba al patíbulo, uno de los asistentes le insistió que confesara su culpa; levantando su gorro, el mártir respondió: «¿es éste el semblante de un hombre que muere bajo tan gruesa culpa?» En efecto, y como recuerda de él el Martirologio, era un hombre de sincera sencillez e inocentísima vida. Es claro que fue elegido como víctima de tal acusación simplemente por ser un fervoroso católico. Ahorcado y descuartizado en Tyburn, su cuerpo fue enterrado en el cementerio de St. Giles in the Fields, en la capital londinense. Fue beatificado el 15 de diciembre de 1929.
Como lo hemos mencionado en otros artículos, el «Titus Oates plot» fue un complot ficticio supuestamente descubierto (pero en realidad creado por él) por el sacerdote protestante Titus Oates, que venía a denunciar en 1678 un plan de los católicos -especialmente de los jesuitas- de acabar con el rey Carlos II; la supuesta conspiración sirvió como excusa para acabar con algunos católicos sospechosos, aunque fue a su vez descubierta la falsedad de la trama unos años más tarde, y Titus Oates condenado a muerte por perjurio.