Tomás Hélye nació en Biville, de Normandía, hacia 1187. En dicha región se le llama todavía «el taumaturgo» y se le profesa gran devoción, confirmada oficialmente en 1859. Según parece, los padres del beato eran personajes de cierta importancia. La madre de Tomás se empeñó en enviarle a la escuela. Más tarde, Tomás decidió ayudar a otros a gozar del mismo privilegio y se convirtió en una especie de maestro de escuela y catequista en su pueblo natal. El éxito de su enseñanza llegó a oídos de los habitantes del pueblo vecino, Cherburgo, quienes le invitaron a abrir allí otra escuela. Tomás aceptó, pero la mala salud le obligó a retornar a Biville. Allí vivía, en casa de su padre, más como un monje que como un laico. Con el tiempo, conoció al obispo de Coutances, quien le ordenó diácono. Tomás hizo una peregrinación a Roma y otra a Compostela antes de terminar sus estudios en París. Cuatro años después, recibió la ordenación sacerdotal.
Desde entonces, empezó a llevar una vida más austera. Pasaba gran parte de la noche en oración y, durante el día, se dedicaba a los ministerios pastorales y la predicación, para la que tenía un don especial. Pronto fue nombrado párroco de Saint-Maurice, pero, como su vocación fuese propiamente misional, nombró a un vicario para la parroquia y él continuó con sus prédicas, su enseñanza del catecismo, sus visitas a los enfermos y a los pecadores, su ayuda a los pobres y oprimidos y sus exhortaciones a los tibios e indiferentes, no sólo en Coutances, sino también en las diócesis vecinas de Avranches, Bayeux y Lisieux. Agotado por el trabajo, el beato Tomás cayó enfermo en el castillo de Vauville, en La Manche, donde murió el 19 de octubre de 1257. El primer milagro que realizó después de su muerte, fue la curación de la dama que le había dado albergue, quien tenía la mano seca.
La historia de las reliquias de Tomás Hélye es particularmente interesante. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de Biville y más tarde trasladados a la iglesia del lugar. La iglesia fue profanada durante la Revolución; los revolucionarios emplearon como escritorio el sepulcro del beato. El P. Lemarié, vicario general de Coutances, determinó salvar las reliquias antes de que fuese demasiado tarde. El 13 de julio de 1794, por la noche, acompañado por el párroco y algunos fieles, abrió secretamente la tumba y encontró los huesos del esqueleto en orden casi perfecto. Inmediatamente los envolvió en un lienzo y los depositó en un féretro de madera, que selló debidamente, después de introducir en él un acta con el relato de los sucesos. El féretro fue ocultado en la iglesia de Virandeville. Las autoridades revolucionarias no lograron descubrir a los «criminales» y aprisionaron al párroco por descuido de su oficio y por negarse a revelar los nombres de los culpables, que en realidad no conocía. Las reliquias fueron devueltas a Biville en 1803, donde reposan hasta hoy, setecientos años después de la muerte del beato.
Existe una valiosa biografía escrita por un tal Clemente, contemporáneo y testigo presencial de muchos de los sucesos que relata. Cuatro años después de la muerte del beato, se llevó a cabo una investigación, a la que asistió Clemente, el cual aprovechó para su biografía las declaraciones de los testigos sobre las virtudes y milagros del celoso misionero. El texto de dicha biografía puede verse en Acta Sanctorum, oct., vol. VIII, y en L. Delisle, Mémoires de la Soc. Acad. de Cherbourg, 1861, pp. 203-208. Véanse también las biografías escritas por L. Couppey (1903) y P. Pinel (1927). Como lo hace notar el P. Van Ortroy (Analecta Bollandiana, vol. XXII, 1903), p. 505, no existe ninguna prueba de que el beato Tomás haya sido capellán de san Luis de Francia, como se ha dicho algunas veces.