Tomás Bellacci, originario de Florencia, era un hermano lego franciscano. En su juventud llevó una vida muy desordenada, pero los buenos consejos de un amigo le ayudaron a caer en la cuenta de la futilidad de su vida, por lo que pidió ser admitido en el convento de los frailes de la observancia de Fiésole. Estos le aceptaron, no sin cierto temor, porque todo el mundo estaba al tanto de los excesos del joven. Tomás se entregó a la penitencia con el mismo entusiasmo que había puesto en el vicio. Con el tiempo, fue nombrado maestro de novicios -a pesar de no ser más que hermano lego- y supo formar a sus discípulos en la más estricta observancia. En 1414, fray Juan de Stroncone estableció la reforma de los observantes en el reino de Nápoles y escogió a Tomás por compañero. El beato trabajó allí unos seis años, y Dios bendijo su ministerio con numerosos milagros, Después, con la autorización del Papa Martín V, fue a combatir en Toscana a los herejes conocidos con el nombre de «Fraticelli», en compañía del beato Antonio de Stroncone. Al mismo tiempo que combatía a los herejes, fundó varios conventos, sobre los que san Bernardino le dio autoridad, y fijó su residencia en Scarlino. En esta última ciudad introdujo la costumbre de que los frailes fuesen en procesión a un bosque vecino, después del canto del oficio nocturno. Cada uno de los frailes tenía en el bosque un refugio de ramas entretejidas, donde pasaba parte de la noche en oración.
El papa Eugenio IV envió, en 1439, a fray Alberto de Sarzana como legado pontificio ante los jacobitas de Siria y otros disidentes orientales. A pesar de que el beato Tomás tenía ya setenta años, fray Alberto decidió llevarle por compañero. En Persia fray Alberto envió a Tomás, con otros tres frailes, a Etiopía. Durante el viaje, fueron asaltados tres veces por los turcos, quienes los trataron con gran crueldad, no obstante lo cual, el beato Tomás insistió en continuar sus prédicas a los mahometanos. Finalmente, el papa Eugenio IV tuvo que rescatar a los frailes, pues los musulmanes los aprisionaron y los condenaron a muerte. El beato Tomás, que no podía consolarse de que Dios no hubiese aceptado el sacrificio de su vida, partió en 1447 a Roma para pedir permiso de ir nuevamente al Oriente a predicar, sin tomar en cuenta su avanzada edad. Durante el viaje cayó enfermo y murió en Rieti, el 31 de octubre de aquel año. Muchas personas pidieron que fuese canonizado junto con san Bernardino de Siena, cuya causa estaba ya introducida. Para evitar retrasos en la canonización de éste, san Juan Capistrano fue, según se dice, al sepulcro de Tomás en Rieti y le mandó que, por santa obediencia, dejase de hacer milagros hasta que san Bernardino estuviera canonizado. El beato no hizo un solo milagro en los tres años siguientes, pero nunca llegó a ser canonizado. Su culto fue aprobado por Clemente XIV en 1771.
Véase Wadding, Annales Minorara; Mazzara, Leggendario francescano; y el resumen de Léon, Auréole Séraphique (trad. ingl.), vol. IV.