Nacido en Poago, el 1 de febrero de 1916. Sus padres Sixto Alonso González y María Hevia vivían en Luanco. El padre era maquinista de barco y trabajaba en una embarcación. La madre era ama de casa. Tuvieron 11 hijos, el mayor era Sixto. Al nacer el segundo hijo, Sixto se fuer a vivir con un tío sacerdote, que era párroco en San Jorge de Heres, cerca de Luanco. Desde muy pequeño quiso ingresar en el Seminario. Y lo hizo en 1929. Era muy devoto de la Virgen. Su hermana Maruja recuerda que “tenía un carácter especial y cariñoso. Cuando venía del Seminario, aquí en Luanco los barcos cargaban el carbón. Desde encima del muelle tiraban piedras de carbón, que eran muy grandes, al barco y caía carbón a la mar. Sixto se bañaba, buceaba, y cogía el carbón caído a la mar y lo ponía afuera. Así, cuando marchaba al Seminario dejaba a mi madre una gran pila de carbón sacado por él. Esto era para que mi madre no gastara dinero por el invierno”. En el Seminario, recuerda Maruja, “nos decían que Sixto era el primero de la clase, hasta para jugar al frontón”. Su compañero Rafael Somoano recordaba que “tenía mucho amor a la Iglesia, y vivía muy al margen de las cosas de política”.
Al estallar la guerra, él estaba de vacaciones de verano en casa. A él y a su padre les encerraron en la iglesia, que hacía las veces de cárcel. Motivos: ser católico, el padre, y él, seminarista. Más tarde le obligaron a incorporarse a las filas del ejército. Un día, sospechando que quisiera pasar al campo de los nacionales, le apuñalaron. Sus hermanos explicaron más tarde que Sixto les recordaba a sus padres: “si a mí me pasa algo, ustedes tienen que perdonar”. Es la frase que se ha destacado en la lápida funeraria donde se encuentran los restos de los seminaristas mártires, en la capilla mayor del Seminario Metropolitano de Oviedo. Tenía 21 años de edad.