El beato Pedro Levita (diácono) nació hacia la mitad del siglo VI, quizás en el Piamonte italiano, como indican algunas tradiciones, en la actual ciudad de Salussola, o en la propia ciudad de Roma. Lo cierto es que en la década del 70 está estudiando en la Ciudad Eterna letras y filosofía, y conoce a quien llegará a ser san Gregorio Magno, monje bajo la Regla de san Benito, algunos años mayor que él, con quien trabará una amistad que será colaboración durante el papado.
Gregorio fue elegido papa en el 590, Pedro es subdiácono en ese momento, y es inmediatamente enviado a Sicilia por el Papa como su vicario. Algunas cartas de Gregorio presentan a su legado ante los obispos sicilianos, otras se dirigen al propio Pedro, con quien discute cuestiones relativas a su misión como vicario: marcación de territorios, donaciones, asistencia a los pobres, vigilancia de las costumbres del clero, construcción de iglesias, etc. Desempeñó este encargo del 590 al 592, y luego en la Campania lo mismo por un año, para establecerse después en la propia Roma, como diácono de Gregorio.
En el proemio de los Diálogos de san Gregorio leemos que un día el Papa se retiró a un lugar solitario, posiblemente el monasterio de San Andrés en Celio; abrumado y cansado de los graves problemas que le tocaban como Pastor de toda la Iglesia, recibió el consuelo y apoyo de Pedro, «amadísimo hijo y querido compañero de santos estudios», «singular amigo desde su primera juventud». Llegó a ser su secretario, colaborando en las propias obras por las que Gregorio llegará a ser «Magno».
De los antiguos biógrafos de Gregorio (Pablo diácono, Juan diácono, siglos VIII y IX respectivamente) se recoge un importante episodio: cuando Gregorio dictabaa sus obras a Pedro, estaban separados por una cortina; un día Pedro, extrañado de la velocidad con la que el santo le dictaba la doctrina cristiana, sin preguntar corrió la cortina, y vio al Espíritu Santo en forma de paloma dictando al oído del Papa la verdad de la fe. Pedro prometió guardarle el secreto con su propia vida. El papa murió en el 604, confiando poco antes a su fiel secretario que se intentaría destruir su obra, a lo que Pedro aseguró que trataría de impedirlo de todas las maneras. El peligro resultó cierto un año después: durante una carestía de alimentos se había difundido la calumnia de que Gregorio había empobrecido a la Iglesia por su excesiva prodigalidad con los pobres, y los fieles enfurecidos quisieron destruir su obra. Pedro defendió los escritos revelando la historia de su divino dictado, y se comprometió a que juraría en el púlpito de la Basilica Vaticana, y que si era verdad lo que contaba, que muriera en ese mismo instante. Y efectivamente, jura el 30 de abril del 605, y cae al instante muerto, con lo que cumple a la vez con salvar las obras y defender con su vida el secreto que había descubierto sin querer.
Fue enterrado en el campanario de la Basílica, no lejos de su maestro; su memoria litúrgica se inscribió el 12 de marzo, el mismo día de la muerte de san Gregorio, aunque el Martirologio actual la ha vuelto a poner en su fecha natural, el 30 de abril. Pasado un tiempo sus reliquias fueron robadas y llevadas a Salussola, supuesto lugar de nacimiento; luego la urna se pìerde por unos siglos, pero gracias a una visión es recuperada en el siglo X, e inmediatamente se renueva el fervor del culto, que se prolongará en todo el Piamonte a lo largo de los siglos. Incluso en el 1600 el obispo de Vercelli convence al Papa Clemente VIII que no reclame a la diócesis la devolución de las reliquias robadas, que el Papa tenía intención de enterrar junto a las de san Gregorio. En 1866 SS. Pío IX aprueba el culto «ab immemoriale». En 1945 los ciudadanos de Salussola construyen un oratorio dedicado al Beato como cumplimiento de un voto hecho durante la Primera Guerra Mundial.
Basado en un extenso y muy detallado artículo de Daniele Bolognini en Santi e beati, del que hemos extraído las líneas fundamentales. Decreto de confirmación de culto en ASS 01 (1865-66) pág. 656.