El beato Manuel Domingo y Sol nació en Tortosa (Tarragona, España) el día 1 de abril del año 1836. A la edad de 15 años ingresó en el seminario diocesano. Fue ordenado sacerdote en Tortosa el día 2 de Junio de 1860 a la edad de 24 años. Durante los primeros 13 años de su sacerdocio, fue misionero diocesano, párroco, confesor de Religiosas -levantó tres conventos de religiosas de clausura- y profesor del Instituto de Tortosa. Se dedicó, sobre todo, al apostolado con la juventud. Construyó de nueva planta un Centro para jóvenes, y fundó la primera revista juvenil católica de España: El Congregante.
Pero nada de esto colmaba sus aspiraciones. Necesitaba un punto de apoyo definitivo para aunarlo todo, influir en todo, y restaurarlo todo. Dios respondió a sus deseos: «El Señor, sin merecerlo, sin advertirlo nosotros casi, sin pensarlo ni poderlo prever, descorrió la cortina, y nos mostró un campo vastísimo, de facilísimo cultivo, de resultados indudables, campo en el cual, y con una vida puramente sacerdotal, pudiéramos impulsar, reunidos, todos los intereses de su máxima gloria, que nuestra piadosa imaginación y nuestro ardiente celo pudiera soñar jamás». Un día del mes de febrero del año 1873, se encontró con el seminarista Ramón Valero, pobre y humilde, que vivía de limosna con otros seminaristas en una buhardilla. El Seminario de Tortosa había sido destrozado por la Revolución del año 1868, y los pocos seminaristas que aún quedaban vivían diseminados por la ciudad, con hambre y sin formación. Ramón Valero contó a don Manuel las estrecheces en que vivía, sin pan, sin luz para estudiar, sin orientación. Don Manuel vio muy claro y para siempre: la clave de sus anhelos era dar pan y cariño, ilusión sacerdotal y formación adecuada a los futuros sacerdotes. Desde entonces vivió convencido de que «la formación del clero es lo que podríamos decir la llave de la cosecha en todos los campos de la gloria de Dios. Nosotros más que apóstoles parciales, hemos de ser moldeadores y formadores de apóstoles», decía a sus operarios.
En el mes de septiembre de 1873 comenzó la tarea ingente de su vida con la humilde «Casa de San José», donde reunió a 24 seminaristas pobres. Muy pronto hubo de adquirir una casa más amplia para los 98 alumnos que tenía el año 1876. El día 11 de abril de 1878 puso la primera piedra del nuevo «Colegio de San José para Vocaciones Eclesiásticas», y lo inauguró el 11 de abril de 1879 con 300 seminaristas. Educaba y mantenía, además, gratuitamente a otros 100 seminaristas en el Palacio de San Rufo.
Durante los primeros años de funcionamiento del Colegio de San José, D. Manuel fue madurando ideas y vio que los esfuerzos individuales no tenían garantía de perennidad: el hombre pasa y los problemas permanecen. Quería dar consistencia a su obra e irradiar su actividad a otras diócesis. Así, e1 29 de enero de 1883, después de celebrar la Santa Misa, recibió la luz de lo alto, y «estuvo dos días bajo la influencia de aquella inspiración sobrenatural». Vio con claridad la fundación de una Hermandad de Sacerdotes Operarios que, con acendrado espíritu de Reparación, se dedicaría a la formación de futuros sacerdotes. La Hermandad será aprobada por el Obispo de Tortosa el día 17 de mayo del año 1883. Con un puñado de sacerdotes buenos y entregados, don Manuel se sintió capaz de llevar a cabo su empresa.
La situación de los Seminarios españoles era bastante precaria: «No es posible comprender cómo estaba la formación de los jóvenes en mi época, y algo anterior y bastante posteriormente, en estudios, en piedad y disciplina y vigilancia y pruebas de vocación». Don Manuel supo elevar el nivel espiritual, disciplinar e intelectual de tal manera que resaltaba la formación dada en el Colegio de Vocaciones y comenzaron a llover sobre él peticiones de los obispos para que los Sacerdotes Operarios fueran a sus diócesis: Valencia (1884), Murcia (1888), Orihuela (1889), Plasencia (1893), Burgos (1894), Almería (1896), Lisboa, Portugal (1896), Toledo (1898).
En el año 1892 funddó el Pontificio Colegio Español de Roma que es, sin lugar a dudas, una de las más importantes realizaciones suyas. Es indiscutible la influencia de este Centro en la renovación espiritual e intelectual de los seminarios y del clero español. Desde entonces, allí se han formado más de 3000 alumnos, ha dado más de 70 obispos a las diócesis españolas, y son muchísimos los antiguos alumnos que han trabajado y trabajan en cargos de dirección y de enseñanza en los centros de formación sacerdotal.
El nuevo estilo de los Colegios de San José se iba imponiendo poco a poco. «Su método se determina por una selección delicada de los alumnos, candidatos al sacerdocio, un ambiente de familia y de comprensión entre educando y superior y una vida de piedad sincera y profunda, donde se ponen de relieve las máximas cualidades del sacerdocio, unido todo ello a una ferviente adhesión al Vicario de Cristo». Y por ello muchos obispos se empeñaron en confiar Don Manuel y a su Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos la dirección de sus respectivos Seminarios: en 1897 se hizo cargo del Seminario de Astorga, en 1898, Toledo, y así hasta su muerte fue agragando más y más seminarios a la carga de su hermandad: Zaragoza, Jaen, Baecelona, entre muchos otros, en Espaaña, Chilapa, Cuernavaca y otros en México.
La espiritualidad del beato Manuel Domingo y Sol se cifra en el espíritu de Reparación al Corazón de Jesús, principalmente en la Santísima Eucaristía. Era un ardiente enamorado de la Eucaristía. Decía: «una de las cosas que nos avergonzarían en el cielo, si pudiese haber confusión, sería el pensar que le hemos tenido en la tierra, y no nos absorbió toda la vida, todo nuestro corazón». Legó a la Hermandad ese espíritu como uno de sus fines principales. Este amor a Jesús en la Eucaristía, este espíritu de Reparación, es el manantial de su entrega para trabajar en la delicada y difícil misión de formar a los futuros sacerdotes. Escribe: «si descendiéramos al fondo, al manantial de los sentimientos de nuestra piedad, tal vez encontraríamos lo que no habíamos reparado ni discurrido: que el origen de nuestro deseo por el bien y fomento de las vocaciones eclesiásticas, de que Dios tenga muchos y buenos sacerdotes, ha sido nuestro instintivo amor a Jesús Sacramentado».
Este amor a Jesucristo en la Eucaristía le hacía arder en ansias de levantar Templos de Reparación. Pudo aceptar el Templo Nacional Expiatorio de San Felipe de Jesús, en México, el año 1889. Pero su ilusión era levantar uno en cada diócesis. El año 1903 pudo realizar el sueño de edificar el nuevo Templo de Reparación de Tortosa, donde descansan sus restos mortales. Dice su última misa el 18 de Enero de 1909. Muere el día 25 de Enero de 1909, dejando a los 75 operarios que componían la Hermandad 10 colegios de vocaciones, 17 seminarios, 2 templos de reparación y el Colegio Español de Roma. Es declarado venerable por el Papa Pablo VI, el 4 de Mayo de 1970, con la denominación de «Santo Apóstol de las Vocaciones», y el 29 de marzo de 1987 es beatificado por el Papa Juan Pablo II. Su vida entera fue una pasión ardiente por el sacerdocio, y lo vivió con toda intensidad.
Texto adaptado de la web de los Sacerdotes Operarios Diocesanos. En el sitio del Vaticano puede leerse la homilía de la misa de beatificación.