El beato Jordán sucedió a santo Domingo en el puesto de superior general de los dominicos. Nada sabemos sobre el sitio y la fecha de su nacimiento. Se llamaba Gordano o Giordano y era sajón. Hacia 1219, obtuvo el grado de bachiller en teología en la Universidad de París. Por la misma época, santo Domingo le envió a Reginaldo, uno de los primeros maestros de la orden. Según parece, éste fue el primer contacto de Jordán con santo Domingo. El Miércoles de Ceniza del año siguiente, el beato y su amigo Enrique tomaron el hábito de la Orden de Predicadores. Jordán se distinguió muy pronto por su elocuencia. Aunque era todavía novicio y llevaba apenas dos meses en la orden, según cuenta el mismo Jordán en su «Vida de Santo Domingo» (que es una de las principales fuentes por lo que se refiere al carácter del santo), fue enviado de París con otros tres de sus hermanos al primer capítulo general, que tuvo lugar en Bolonia. En el siguiente capítulo, al que no asistió, fue nombrado prior provincial de Lombardía; y en 1222, a la muerte de santo Domingo, fue elegido superior general.
El beato Jordán trabajó mucho por la extensión y conservación de la orden. Fundó los conventos de Regensburg, Constanza, Friburgo y Estrasburgo, y bajo su gobierno, la orden llegó hasta Dinamarca y otras lejanas regiones. El beato frecuentaba las plazas en las que se reunían los jóvenes y ganaba verdaderas multitudes con su elocuencia. Se ha dicho de él que fue «el primer capellán universitario» y en una ocasión, predicó un sermón en Oxford. Ahí fue tal vez donde conoció al obispo Grosseteste, al que le dejó favorablemente impresionado. También san Alberto Magno se decidió a entrar en la Orden de Santo Domingo gracias a uno de los sermones del beato. Un famoso profesor, Walterio Germano, que había prevenido a sus discípulos contra las «astucias» del beato Jordán, fue el primero en caer en sus redes. Pero esto no quiere decir que al beato le interesaran únicamente los sabios y eruditos; cuando se hallaba todavía en París se presentaron quejas contra él, por haber admitido a unos sesenta novicios de tan corto entendimiento, que resultaba difícil enseñarles aun las lecciones del Breviario. El beato replicó: «Dejadles estar y no despreciemos a los pequeños, yo os digo que muchos de ellos se convertirán en grandes predicadores». Y el tiempo demostró la verdad de sus palabras. El beato no sólo tenía el don de «pescar» a los hombres, sino también de conservarles en la red, porque era capaz de hacer concesiones a la fragilidad de la naturaleza humana. En cierta ocasión, había reunido a un grupo de candidatos a la orden en un sitio en el que no había ningún convento; por la noche, cuando Jordán empezó a rezar las Completas en el albergue en que se hospedaban, uno de los jóvenes tuvo un acceso de risa nerviosa y todos los otros se contagiaron; uno de los hermanos, sintiéndose ofendido en su fervor, intentó hacerles callar; Jordán terminó tranquilamente el oficio, dio la bendición y preguntó al indignado hermano: «¿Quién os ha nombrado maestro de novicios?» Y, volviéndose a los otros jóvenes, les dijo: «Reíd a gusto, pues habéis escapado de la esclavitud del diablo. ¡Reíd hijos míos!»
Muchos de los dichos del beato que han llegado hasta nosotros están llenos de un sentido común sobrenatural. Alguien le preguntó si el Padrenuestro recitado por un laico ignorante podía tener tanto valor como el Padrenuestro de un religioso docto que entendía lo que estaba diciendo; Jordán respondió que una perla no perdía su valor por estar en manos de quien era incapaz de apreciarla. A quien le preguntaba si era mejor estudiar u orar, contestó: «Eso equivale a preguntar si es mejor comer o beber». Consultado sobre la mejor manera de orar, respondió: «La mejor manera es aquella en la que cada uno puede orar con mayor fervor.»
El beato embarcó hacia Palestina en 1237, con otros dos hermanos. Una tormenta les sorprendió lejos de las costas de Siria; la nave se hundió y todos los que iban en ella perecieron. Las olas arrojaron el cuerpo del beato a la playa y fue sepultado en la iglesia de los dominicos de Akka. Se cuenta que había un joven carmelita de Akka que tenía tentaciones contra la vocación en las que el diablo le decía: «El buen padre Jordán era un hombre de Dios y el premio que recibió fue morir ahogado». El beato se le apareció pocos días después de su muerte y le dijo: «No temas, hermano, quien sirve fielmente a Jesucristo hasta el fin, se salva». Alguien ha emitido la hipótesis de que esta es la base de la tradición de la aparición de Nuestra Señora a san Simón Stock. El culto que se le tributaba al beato Jordán desde muy antiguo fue confirmado por SS León XII el 10 de mayo de 1826. El capítulo general dominicano de 1955 lo declaró patrón de la obra de las vocaciones dominicanas.
Las principales fuentes sobre la vida del beato son sus propias cartas, así como los antiquísimos documentos dominicanos de la Vitae Fratrum, la Chronica de Galvagno de la Flamma, las Acta Capitolorum, etc.. El P. Berthier publicó en 1891 una buena edición de Opera ad res O.P. spectantia del Beato Jordán. Existe en alemán un interesante volumen, Die Briefe Jordans von Sachsen (1925), con notas de Altaner; ver también la edición B. Jordani de Saxonia epistulae (1950), hecha por A. Walz. El estudio más sistemático del superiorato del Beato Jordán es el de Mortimer, en Histoire des Maîtres Généraux O.P., vol. I, pp. 137-274. Citemos entre otras biografías las de Danzas, Morthon, y M. Aron, Un animateur de la jeunesse... (1931). El P. Reichert reunió un interesante Itinerarium del beato, que se halla en Festschrift zur Jubiläum des deutsches Campo-Santo, pp. 153-160. Cuadro: fresco pintado or el beato Angelico en el claustro de San Marcos, en Florencia, en 1237.